Constituye para mí un verdadero privilegio presentar ante ustedes mi Memoria. Contiene un mensaje fundamental: debemos reducir el actual déficit de trabajo decente, hemos de hacer del trabajo decente una realidad en nuestros países y hemos de insertar este objetivo en la economía global.
En los últimos dos decenios, los gobiernos y las instituciones financieras internacionales se han centrado en reducir los déficit presupuestarios. Eso ha sido una especie de "mantra" del sistema internacional, y con razón. Creo que ha llegado el momento de centrarnos, con la misma energía, en las estrategias que contribuyan a reducir el déficit de trabajo decente. Este es un objetivo que nosotros, en la OIT, no podemos conseguir solos, pero podemos y debemos ser los catalizadores que contribuyan a aumentar la concienciación mundial en relación con el trabajo decente. Hemos de mostrar con el ejemplo que existen políticas que permiten alcanzar este objetivo. Nuestra capacidad para alcanzar esta visión de justicia social dependerá de nuestra capacidad para responder a este desafío. Pero está claro que no podemos hacer que el trabajo decente exista por decreto. Necesitamos voluntad y recursos para ello.
En nuestros debates en la reunión de la Conferencia hemos de preguntarnos qué podemos hacer (juntos y a nivel individual) para reforzar la OIT y hacerla más efectiva, cuáles son los temas principales en los que hay que dar más poder a la OIT.
El problema que tenemos que resolver hoy es cómo construir sobre los cimientos que hemos puesto en los últimos años. Hemos elaborado un programa para el trabajo decente, sobre la base del diálogo y del consenso tripartito. Esto no ha sido fácil, y constituye un logro de la mayor importancia.
Por lo tanto, el trabajo decente nos ha centrado. Corresponde a las aspiraciones de la gente y nos suministra un marco político; es un método de organización de los programas y actividades de la OIT, constituye una plataforma para impulsar el diálogo y la asociación y se ha convertido en un instrumento de gestión que me ayuda a llevar a cabo mis responsabilidades de Director General. En la Memoria enumero algunos de los resultados ya obtenidos.
Además, ustedes me han dado el cometido de brindar un mensaje claro y coherente de la imagen actual de la OIT. He invertido mucho tiempo en ello.
Permítanme que les diga lo que he descubierto.
El mensaje que presenta el trabajo decente es bien recibido prácticamente en todas partes, tanto entre nuestros mandantes tripartitos como en las organizaciones internacionales y entre las mujeres y los hombres preocupados por el futuro de sus familias, sobre todo los más pobres, e incluso en los grupos que mantienen opiniones muy contrarias a la globalización.
Hemos definido un mensaje que tiene un atractivo universal, y creemos que la gran mayoría de la gente desea que se lleve a cabo. Se considera como un objetivo personal para los individuos, un objetivo de desarrollo para los países y un objetivo necesario para la comunidad internacional. Ha creado grandes expectativas y tenemos que responder a ellas.
Para seguir avanzando, tenemos que plantar cara a la idea generalizada de que los que tratamos de cuestiones sociales estamos actuando en una especie de segunda división de la economía global, mientras que los rudos actores del mundo del comercio y las finanzas juegan en primera división.
Esta ortodoxia está siendo subvertida por la reacción de la gente en el mundo entero, porque todos ven que los que así piensan no han conseguido abordar de manera fiable las preocupaciones sociales y las prioridades de la era de la globalización. Creo que muchos de ustedes estarían de acuerdo con nuestro Presidente, cuando dice: "Lo que resulta alarmante es la posibilidad de un agujero negro global, del que ninguna pértiga o salto nos podrá librar".
En este sentido, nuestro Programa de Trabajo Decente puede constituir un agente fundamental del cambio, en beneficio de todos, así como una plataforma que permita aunar nuestros intereses y puntos de vista.
El año pasado, en mi discurso a la Conferencia, pedí que se pusiera en marcha una coalición mundial a favor del trabajo decente, y eso es lo que está empezando a ocurrir. Permítanme algunos ejemplos acerca de la manera en que nuestras propuestas están siendo acogidas en el sistema multilateral y en otras partes:
Las ideas que subyacen en el trabajo decente han formado parte de la perspectiva de la OIT desde su misma fundación. Estamos construyendo sobre unos fundamentos muy sólidos, que se afincan en 80 años de historia. Nuestra próxima tarea será responder al difícil problema de crear un marco integrado de políticas para el trabajo decente dentro de la Oficina, a nivel nacional y como contribución a la coherencia del sistema multilateral.
Se trata de un conjunto integrado de políticas. Sólo haciendo frente a nuestros cuatro objetivos estratégicos de manera simultánea podremos mantener la intensidad y coherencia de nuestro esfuerzo. Tenemos que mirar más allá de nuestras preocupaciones inmediatas o de nuestros intereses específicos, para fijarnos en el desarrollo integrado de nuestro programa común. Si somos suficientemente creativos, tendremos la oportunidad de conciliar los intereses de las personas, del medio ambiente y de los mercados.
Esto queda perfectamente claro cuando nos fijamos en la función que desempeña el trabajo decente en el desarrollo. El trabajo decente constituye un objetivo del desarrollo. Expresa el derecho de las personas y de los países a una participación justa en los beneficios de la globalización.
Los principios y derechos fundamentales en el trabajo son el fundamento básico, el "suelo" del trabajo decente. Y la gente tiene que tener trabajo si estos derechos han de llevarse a cabo, por lo que el empleo debe formar parte de todo ello.
Por supuesto, el concepto de lo que es "decente" se basa en los derechos y principios fundamentales, pero cada país tiene sus propias circunstancias y por lo tanto existe un mínimo pero no un máximo. El trabajo decente ofrece un objetivo de desarrollo que evoluciona con las posibilidades de las sociedades. Esta ha sido la historia de los países que actualmente tienen altos ingresos. Esta es también la razón por la cual los países con altos ingresos tienen también un déficit de trabajo decente.
La experiencia de los países de todo el mundo demuestra que es posible promover el trabajo decente cualquiera que sea su nivel de desarrollo. No obstante he oído decir: "el trabajo decente está muy bien, pero lo que necesitamos en este momento son empleos, cualquier tipo de empleos: primero tengamos trabajo, más adelante ya vendrá el trabajo decente". Desgraciadamente, con demasiada frecuencia, ese "más adelante" no llega nunca.
El hecho es que una base social es absolutamente indispensable para la gente que vive en la pobreza, cualquiera que sea el nivel de desarrollo. Tomemos como ejemplo el trabajo infantil. Si no se garantiza que la gente tenga una infancia decente, se están socavando sus oportunidades de trabajo decente como adultos, y se crean unas desigualdades que serán difíciles de cambiar. Hay que liberar a la gente de la discriminación, y una mayor igualdad de género resulta indispensable para que todos tengan las mismas oportunidades. El derecho a organizarse es fundamental para que los pobres puedan reclamar sus derechos, mejorar su capacidad para ganarse el sustento y garantizar una participación justa en los beneficios económicos, de modo que puedan formarse y educarse.
También he oído decir que avanzar hacia un trabajo decente resulta costoso, y que es un lujo que no nos podemos permitir. Este es un debate ya antiguo, puesto que viene discutiéndose desde el siglo XIX. Cada progreso social ha sido costoso, ha sido difícil de manejar. Si se establecen unas políticas adecuadas, las empresas y las economías pueden beneficiarse de un trabajo decente, porque ello contribuye al aumento de la productividad, a utilizar con más eficacia los recursos y a promover la legitimidad y el compromiso. Ello permite resolver mejor los problemas de empleabilidad y de adaptación. Por lo tanto, existe realmente un dividendo económico positivo. ¿Podemos avanzar realmente hacia los objetivos del trabajo decente en la economía informal, que es la que da más empleos en los países pobres? Una vez más, la respuesta es afirmativa. Hay ejemplos de éxitos en la labor de la OIT, y otros muchos que demuestran que ello es posible. La SEWA de la India ha puesto de manifiesto que es posible liberar, ofrecer una organización, oportunidades y protección social a cientos de miles de mujeres empleadas por cuenta propia que, en su mayoría, viven en la mayor pobreza. Unas instituciones de nuevo cuño le suministran microcréditos, y esto llega a millones de personas, en su mayoría mujeres, que antes quedaban excluidas, de modo que la Cumbre sobre el microcrédito puede aspirar a alcanzar en 2005 a 100 millones de las familias más pobres del mundo. También existen planes de microseguros que ofrecen protección de salud a millones de personas en muchas partes de Africa
Por supuesto, esto va a ser difícil. Pero el éxito de muchos de estos casos muestra que es posible que los derechos, el empleo, la protección y el diálogo se aúnen en un solo conjunto encaminado al desarrollo. Ahora, el reto estriba en multiplicar los éxitos y en introducirlos en la corriente general de las políticas. El objetivo tiene que ser llegar a cada una de las personas y llevarlas a todas más cerca de las instituciones públicas y de los mercados formales.
Así pues, nuestra labor está perfectamente clara. Consiste en que el trabajo decente esté presente a todos los niveles. En nuestra Organización (es decir, la Oficina y los mandantes trabajando conjuntamente) puede ponerse en práctica el trabajo decente allí donde importa más, que es a nivel nacional.
Desde nuestra última reunión de la Conferencia, hemos puesto en marcha un primer esfuerzo para lograrlo. Se trata de un nuevo programa que desarrolla los métodos de políticas encaminadas a la consecución del trabajo decente. Hemos comenzado con ello en Filipinas, en Panamá, en Dinamarca y en Ghana, trabajando en estrecha colaboración con los mandantes tripartitos, aprendiendo de sus experiencias y tratando de contribuir a sus prioridades futuras.
Estamos planeando trabajar con otros países en una segunda fase: ya hemos comenzado a estudiar las posibilidades que pueden existir en Bangladesh, Marruecos, Kazajstán, Perú y Mauricio. Hace poco firmé un Memorando de entendimiento con China sobre la base de los cuatro objetivos estratégicos de la OIT. Además, estamos vinculando este Programa de Trabajo Decente con el documento de estrategia sobre la reducción de la pobreza de las instituciones de Bretton Woods en Malí, Honduras, Nepal, La República Unida de Tanzanía y Camboya.
Estamos tratando de aplicar todo ello a la realidad de los países respectivos, en un esfuerzo por explorar cómo puede este marco de trabajo decente ser incorporado a un programa de políticas de orden práctico, adaptado a las preocupaciones y circunstancias concretas. Ello significa unas políticas para promover las empresas y el empleo, junto con unas políticas para defender los derechos básicos en el trabajo y unas políticas para reforzar a los interlocutores sociales y fortalecer el diálogo en torno al trabajo decente, así como para ampliar la protección social y apuntalar la igualdad de género. Pero sobre todo, ello significa una estrategia que muestre como la acción en cada uno de estos aspectos puede reforzar el trabajo decente en los demás.
La meta consiste en un conjunto de políticas coherentes que puedan reducir el déficit de trabajo decente, desarrolladas por medio de la coparticipación entre trabajadores, empleadores y gobiernos. Podemos utilizar y multiplicar estas experiencias, de modo que podamos ofrecer métodos y opciones, asesoramiento y cooperación a los países que deseen participar en este empeño.
Insisto en que hemos de tener una sólida base de conocimientos. Tenemos que ser unos líderes en conocimiento en aquellos temas que hemos constituido en nuestras prioridades. Para responder a estas demandas necesitamos informaciones y análisis de gran calidad. Lo mismo se puede decir en el caso de nuestra discusión sobre las cooperativas o sobre el Convenio sobre la seguridad y la salud en la agricultura.
Nuestro trabajo a nivel de país con los Estados Miembros tiene que verse complementado con la acción en el sistema internacional. Y ello, porque en el mundo de hoy muchas de las decisiones tienen un impacto crítico en la realización del trabajo decente, y se toman a nivel internacional.
No cabe duda de que la globalización acelerada ha añadido urgencia a esta necesidad. Pero nosotros no estamos abriendo caminos del todo nuevos: ya en 1944, la Declaración de Filadelfia lo había comprendido perfectamente, y había dicho que "al cumplir las tareas que se le confíen, la Organización Internacional de Trabajo, después de tener en cuenta todos los factores económicos y financieros pertinentes, puede incluir en sus decisiones y recomendaciones cualquier disposición que considere apropiada", a la luz de los objetivos fundamentales de la Organización. Este es nuestro mandato.
Creo que necesitamos un enfoque común del sistema internacional, que abarque nuestros objetivos de trabajo decente. Hay situaciones en las cuales los Estados Miembros reciben asesoramiento diferente y contradictorio por parte de diversas organizaciones internacionales, y ello equivale a una esquizofrenia en materia de políticas. Eso no es prestar servicios a los ciudadanos y desacredita el sistema internacional propiamente dicho. El mínimo absoluto consiste en dejar de operar de forma cruzada.
Para que ello acontezca, tiene que haber progresos en la coherencia de las posiciones de los gobiernos, en las distintas organizaciones. Podemos hacer un llamamiento a la cooperación entre las organizaciones. Podemos decir a las secretarías que se reúnan para discutir objetivos comunes; pero son los gobiernos en los órganos y juntas de gobierno de estas organizaciones los que tienen que adoptar las decisiones. Pienso que los gobiernos han tomado demasiado tiempo y que han dejado sus responsabilidades a las secretarías, cuando la responsabilidad de la coherencia política es responsabilidad de los propios gobiernos, que tienen que guiar las acciones de las distintas organizaciones de manera que el ajuste estructural resulte compatible con la preocupación por las personas, por ejemplo. De modo que pienso que es fundamental que el sistema deje de actuar como si fuese una serie de islas desconectadas, y que empiece a reunir el tipo de respuestas integradas que se requiere ante los retos interrelacionados de la economía global.
Hay cuestiones que se tratarán la semana próxima en el Grupo de Trabajo sobre la Dimensión Social de la Mundialización, del Consejo de Administración.
También, en relación con ello, tenemos que tener conciencia de que la imagen de la OIT era (y a veces aún aparece así) el de una institución "sin dientes" y eso aflora aún de vez en cuando. Nuestros recientes esfuerzos han elevado la imagen de la OIT y han mostrado que constituyen un acto importante, que puede ejercer más influencia de lo que se había supuesto. Pero esto no es suficiente. Tenemos que tener la voluntad de marcar una diferencia en la senda de la globalización. Hemos de contribuir a poner en marcha unas reglas justas para este juego, y hemos de construir el propio terreno de juego para las personas y para los países.
Más importante aún, los mandantes tripartitos de la OIT tienen que ponerse de acuerdo en que deben desempeñar un papel significativo para trazar una especie de mapa cartográfico social para la economía global. La oportunidad está ahí, el captarla depende de nuestras propias capacidades de creatividad y de imaginación. Tenemos que profundizar y ampliar aún más nuestros conocimientos y forzar una alianza tripartita que se abra hacia el mundo.
El Programa de Trabajo Decente exige mucho a cada uno de los mandantes tripartitos de la OIT así como a la propia Oficina. La OIT tiene una responsabilidad institucional particular: brindar servicios a sus mandantes para ayudarles a que respondan eficazmente. Necesitamos unas organizaciones de empleadores más poderosas y unos sindicatos más fuertes, con mayor capacidad de representación y con un mejor equilibrio en materia de género. Además, necesitamos colaborar con los gobiernos para garantizar que los estados estén más capacitados para llevar a cabo (individual y colectivamente) sus responsabilidades en el mundo del trabajo.
A mí me emocionaron mucho los contactos que he mantenido, porque he visto que todos ustedes están muy concientes para hacer frente a los desafíos a que se enfrentan, así como por la prioridad que atribuyen a construir unas estrategias nuevas e innovadoras para responder a ellos.
Todos nosotros (los mandantes, los órganos de la OIT y la Oficina) se ven frente a los peligros que supone la inercia de una especie de reticencia al cambio. Aun aquellos que reconocen que el mundo está cambiando a su alrededor se ven dominados por las antiguas ideas. Se requiere un esfuerzo para cambiar de marcha, pasando de la rutina, que suele ser más fácil y que se pregunta siempre si las nuevas ideas van a funcionar y por qué nos arriesgamos, a una situación nueva. Las grandes burocracias internacionales son vulnerables a este tipo de pensamiento, pero eso también ocurre con los gobiernos y con las organizaciones nacionales. A pesar de ello, hemos de cambiar, para aprovechar las nuevas oportunidades.
Por ejemplo en un terreno que nos afecta a todos, como es el de las normas, hemos empezado a examinar cómo podemos modernizar nuestros métodos al tiempo que mantenemos nuestros valores de base. Mirando a las "familias" de normas, con el trabajo decente como guía, podremos proporcionar un marco de trabajo mejor para la acción normativa, y estoy seguro de que podremos ser más proactivos en la utilización de nuestro sistema de control.
Al impulsar este proceso de cambio, he encontrado con frecuencia personal de la OIT (tanto en la sede como en las regiones) que tiene voluntad de experimentar, de ser creativo, de poner en cuestión las antiguas hipótesis. Ellos constituyen el vivero de la generación del trabajo decente, que es la que dirigirá esta institución en el futuro.
Nuestra determinación común por conseguir el trabajo decente es fundamental, pero no debe conducirnos a pensar que lo podemos hacer todo por nuestra cuenta. Los objetivos de la Constitución de la OIT van mucho más allá de nuestras áreas inmediatas de influencia. El empleo y la seguridad dependen de unas políticas económicas más amplias, de modo que el diálogo y la cooperación con los ministerios de finanzas, comercio y otros a nivel nacional así como con las organizaciones multilaterales a nivel internacional, resultan del todo fundamentales.
En el caso de las diversas formas de organización de la sociedad civil, hay muchos socios posibles que comparten nuestros valores y que pueden llevar a cabo cosas que nosotros no podemos hacer. ¿Por qué íbamos a rehusar escucharlos y a colaborar con los que pueden ayudarnos a conseguir nuestros objetivos? El Programa de Trabajo Decente nos brinda una plataforma para la asociación, y nosotros hemos de construir sobre ella.
A medida que abordamos este desafío, todos tenemos que aceptar que el Programa de Trabajo Decente constituye un conjunto. Siempre existe el riesgo de que uno u otro de los mandantes de la OIT diga: "yo sólo me intereso por las normas", o "yo sólo me intereso en el empleo". Pero esto no funciona, y por dos razones. En primer lugar, las diversas dimensiones del trabajo decente se refuerzan mutuamente. En segundo lugar, tiene que haber un compromiso compartido, y ello significa que las prioridades de cada uno tienen que fundirse en un conjunto. Esto es lo que significa el tripartismo cohesivo.
Mirando hacia adelante, podríamos sentirnos abrumados por la tarea que tenemos ante nosotros. Hacer del trabajo decente una realidad para las personas de todas partes tiene una magnitud enorme. Existe el sentimiento de que la globalización constituye un proceso implacable e inexorable. Ahí está la realidad palpable de la pobreza y de la insuficiencia de los recursos. A veces, yo mismo tengo un sentimiento de frustración cuando observo la crisis humanitaria que afecta a los trabajadores, por ejemplo, las constantes matanzas de trabajadores en Colombia.
He señalado algunas respuestas en mi Memoria. Pero no hemos de subestimar nuestras propias capacidades, presentes por los gobiernos y las organizaciones que están representadas en esta sala. Hemos acompañado a Sudáfrica, Polonia, Chile y muchos otros países en su lucha por la libertad. Gran parte del enorme progreso social del siglo XX puede rastrearse a través de la incansable labor de la OIT y de sus mandantes.
Tengo que decir que una de las cosas que me preocupaban cuando ustedes me hicieron el honor de elegirme como Director General era que yo no tenía vínculos históricos con la OIT, que yo había trabajado en temas y cuestiones relativas al desarrollo y al desarrollo social, pero que no me había sentado con ustedes para trabajar en ese terreno. Y tengo que decirles que después de dos años de camino me puedo sentir más orgulloso de ser el Director General de la OIT, precisamente por sus ochenta años de historia, precisamente por todo lo que ustedes y sus predecesores han hecho para influir en el curso de los acontecimientos humanos en materia de cuestiones sociales. Y cuando oímos acerca de nuestras limitaciones, que naturalmente tenemos como toda institución. Yo me digo a mi mismo: "pero después de todo si se hecha una mirada a la legislación laboral del mundo, hay que convenir que se inspira sobre todo en los convenios de la OIT; si se hecha una mirada al mundo, donde quiera que un conflicto social se está solucionando, allí se puede ver que esta presente una misión de la OIT; y cuando se ve a la gente pensando en términos de dialogo social como una de las cosas que han de promoverse y desarrollarse en el mundo del siglo XXI se ve que para eso se constituyó la OIT en 1919.
Así que tengo que decir que aún cuando aplicar el Programa de Trabajo Decente y reducir el déficit de trabajo decente parece difícil y complejo, estos son unos retos a los que esta institución a podido hacer frente en el pasado. Imagínense lo que significó la aprobación del primer convenio a principios del siglo XX, las reacciones, las dificultades, la oposición que esta institución tuvo que soportar cuando trataba de generar, por primera vez en la historia, un convenio global en el ámbito laboral.
Lo que tenemos que hacer es difícil, pero esta casa ha hecho cosas difíciles ya antes, y nosotros simplemente hemos de tener la voluntad y adoptar la decisión de reducir el déficit de trabajo decente y desempeñar el papel que tenemos que desempeñar en el sistema internacional para hacer que esto ocurra.
Al lado de nuestra historia, también disponemos de un potencial inmenso y aún no aprovechado, que es el apoyo y la solidaridad de todos los que trabajan en el mundo. Reforzando y ampliando nuestras propias organizaciones nacionales (sindicatos, organizaciones de empleadores y gobiernos) podemos poner los fundamentos para el trabajo decente en la nueva economía global que está emergiendo.
Centrando nuestra voluntad política podemos tener un comienzo muy positivo. Y esto es exactamente lo que está ocurriendo actualmente. Por ejemplo, tres países situados en distintas regiones (República Unida de Tanzanía, Nepal y el Salvador) están ahora poniendo en mar ha unos programas a plazo fijo encaminados a la erradicación de las peores formas del trabajo infantil. El compromiso público constituye una parte fundamental de la estrategia que hay que llevar a cabo en cada país, y la sesión especial de la Conferencia, que tendrá lugar mañana, pondrá de relieve este compromiso, y será honrada por la visita del Presidente de Tanzanía, Su Excelencia el Sr. Benjamín Mkapa, que dirigirá la palabra a la Conferencia.
Nuestra tarea está muy clara. Consiste en ayudar a reducir el déficit de trabajo decente. Ello requiere determinación y un cambio de actitud para superar los obstáculos que se alzan en nuestro camino.
Hemos ido acumulando el capital de nuestra propia Organización. A lo largo de los años, hemos creado unas estructuras internacionales de promoción y cooperación que son únicas en el sistema internacional de hoy en día, y que están profundamente enraizadas en las sociedades nacionales.
Por encima de todo, la OIT está construida sobre valores compartidos. Nos preocupamos profundamente de la justicia social, de los derechos e igualdades, sobre la representación y el debate así como sobre la inclusión y la justicia. Pensamos que una sociedad justa es el fundamento esencial del mundo civilizado. Tratamos de aunar nuestras energías en la prosecución de este objetivo. Los trabajadores los empleadores, los gobiernos y la Oficina comparten el compromiso en favor de esta acción. Y lo que nos da fuerza es el compromiso personal de cada uno de nosotros en favor de nuestros semejantes.
Esto me recuerda la experiencia que tuve cuando estaba preparando la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social. Solía repetir regularmente que la crisis en el desarrollo social estaba realmente tanto en los países en desarrollo como en los países desarrollados; por supuesto, las dificultades y las complejidades de los países en desarrollo eran mucho mayores y más difíciles de resolver, pero los problemas sociales estaban en todas partes.
Cuando hablaba en las Naciones Unidas solía poner el ejemplo de Harlem, que está cien cuadras más arriba; y decía: podemos visitar Harlem y otros lugares en los que está produiéndose una crisis social, incluso en una ciudad como Nueva York, y a raíz de eso me invitaron a visitar una calle de Harlem. La razón por la que me invitaron a visitar esa calle era que durante el año anterior nueve jóvenes negros habían muerto, ya sea por overdosis de droga o por enfrentamientos violentos, y los padres de familia que vivían en esta calle habían decidido que querían hacer de ella una calle limpia, una calle en donde no hubiese drogas ni armas; y como yo estaba en contacto con algunas de las organizaciones no gubernamentales que participaban en la Cumbre, me invitaron a visitar la calle.
Y allí tuve las siguientes experiencias. Un niño de seis o siete años vino a verme y empezó a hablarme diciendo: "¿por qué estás aquí?" y yo le dije: "bueno, estoy aquí porque eso me preocupa". Entonces él me dijo: "bueno, ¿y por qué te preocupas?" Estas palabras me persiguieron a través de todo el proceso de preparación de la Cumbre Social y me preguntaba a mí mismo: "preocuparse por un individuo ¿es sólo un planteamiento individual o hemos de desarrollar instituciones, métodos e instrumentos que hagan que nuestras sociedades se preocupen por los que necesitan de esta preocupación?" creo que si echamos una mirada a lo que está haciendo la Oficina Internacional del Trabajo y nos preguntamos por qué estamos haciendo todo lo que hacemos, creo que la respuesta es: porque nos preocupamos, porque nos preocupamos a nivel institucional, porque ésta es una institución que tiene por mandato preocuparse de los trabajadores y de la vida de los trabajadores. Y la vida de los trabajadores es la vida de las familias, y la vida de las familias es la vida de una comunidad, y las comunidades son una parte fundamental de una región, y una región es algo fundamental para la estabilidad de la nación; de modo que sí, estamos preocupándonos por el trabajador; pero la manera como tratamos las vidas de los trabajadores será un elemento fundamental de la forma en la cual una nación va a solucionar los problemas con los que todos estamos actualmente confrontados.
Voy a terminar diciendo que todos estos activos son preciosos en un tiempo de incertidumbre y de cambios abrumadores. Tenemos en nuestros valores una especie de compás. En nuestras estructuras, tanto nacionales como internacionales tenemos una maquinaria poderosa, y en nuestras actitudes compartidas y en nuestro enfoque común disponemos de la energía y determinación necesarias para conducir a esta Organización hacia adelante así como para contribuir a crear una sociedad más inclusiva que comparta más ampliamente la prosperidad. Si nos preocupamos lo suficiente lo conseguiremos.