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Pobreza, desigualdad y el fenómeno del “trabajador pobre”

Esta nota aborda el tema de las implicancias distributivas de la situación laboral y las brechas de ingresos entre trabajadores de diversos grupos ocupacionales, las que incluso derivan en la presencia de trabajadores con remuneraciones tan reducidas que no les permiten acceder a bienes y servicios que satisfagan sus necesidades básicas.

Opinión | 20 de diciembre de 2019
*Por Luis Beccaria y Roxana Maurizio

Luis Beccaria
Roxana Maurizio
Las implicancias distributivas de la situación laboral de los países han estado tradicionalmente presentes entre las preocupaciones de la OIT en sus análisis de los mercados laborales de las naciones en desarrollo, y de los de América Latina en particular. Desde los escritos del Programa Regional del Empleo para América Latina y el Caribe (PREALC) de los años setenta, se enfatizaba que la muy concentrada distribución del ingreso en la región –más precisamente, de la distribución de las remuneraciones– respondía en parte a la marcada diferenciación de su estructura ocupacional, que reflejaba, con diferente intensidad, los niveles de subocupación que caracterizaban a esas economías.

Pero ese rasgo de la situación laboral no solo amplía las brechas de ingresos entre los empleados en diversos grupos ocupacionales, sino también contribuye a explicar la elevada presencia de aquellos con remuneraciones muy reducidas que no les permiten acceder, a ellos ni a sus hogares, a los bienes y servicios que satisfacen las necesidades básicas. La pobreza absoluta y la desigualdad relativa de los ingresos del trabajo se encuentran, entonces, asociadas a mercados laborales estructuralmente insatisfactorios. En particular, el fenómeno del “trabajador pobre” evidencia que tener un empleo no es un reaseguro contra la pobreza en la región.

La falta de homogeneidad ocupacional no es una característica propia de los países en desarrollo, ya que en las naciones industrializadas también existen discontinuidades entre subconjuntos de trabajadores respecto de sus productividades, así como del tipo de relaciones laborales-categorías ocupacionales. Sin embargo, resaltan las distinciones entre ambos casos en cuanto a la intensidad de estas brechas y a la presencia de ocupados no asalariados o, en otras palabras, los no típicamente asalariados.

En este sentido, la perspectiva del análisis de la OIT acerca de los mercados laborales se relaciona íntimamente con la tradición estructuralista latinoamericana, que, focalizando en lo sucedido sobre todo luego de la posguerra (y hasta fines de los setenta), había destacado la elevada diferenciación de productividades inter- e intrasectoriales (Prebisch, 1949; Pinto, 1970). Esto estaba asociado a la insuficiente capacidad de las economías de la región de crecer sostenidamente y de generar puestos de trabajo con elevada productividad frente al crecimiento de la oferta laboral, en especial en las áreas urbanas. Una consecuencia de esto es que amplios sectores de la población activa de las ciudades tuviesen que generar sus ocupaciones, estableciendo unidades productivas pequeñas, de baja eficiencia y con un número reducido de trabajadores asalariados o, incluso, siendo unipersonales. Cabe resaltar que el énfasis sobre la importancia del subempleo encubierto en esas ocupaciones no significó que, en el caso de América Latina, el PREALC omitiese considerar que también el desempleo abierto era elevado en la región (PREALC, 1974).

Estas unidades pequeñas, que además de su baja eficiencia se caracterizaban por la ausencia de separación entre el capital y el trabajo, constituían lo que la OIT denominó el sector informal de la economía.

Ya en los setenta, varios trabajos del PREALC mostraban la relación entre pobreza y la ocupación en el sector informal. Así, a partir de evidencia sobre un conjunto de ciudades de la región, se señalaba que “los pobres de zonas urbanas se concentran en actividades que constituyen el sector informal” (Souza y Tokman, 1978).

Los asalariados que trabajan en unidades informales suelen no contar con ningún tipo de cobertura de las normativas laborales y de seguridad social, en tanto su evasión o elusión constituyen una de las estrategias de supervivencia de estas firmas. Esto significa decir que la mayoría de los ocupados en el sector informal son trabajadores informales.

Adicionalmente, en un contexto de insuficiente demanda de trabajo, las empresas del sector formal cuentan con facilidades “de hecho” para contratar a asalariados sin que se respeten las normativas laborales –son los asalariados informales del sector formal–. Este conjunto de trabajadores dependientes precarios resulta amplio en América Latina, y son los que reciben menores remuneraciones que la de los asalariados formales y comparten algunos de los rasgos negativos de quienes se desempeñan en el sector informal. Esta diferenciación del conjunto de los asalariados del sector formal entre trabajadores formales (cubiertos por las normas laborales) y los informales (no cubiertos) constituye un desarrollo más reciente de la OIT, lo cual puede explicar parte de la presencia de trabajadores del sector formal como miembros de hogares pobres.

¿Cuánto explican las calificaciones y el capital humano?

El énfasis en las características de la unidad productiva como uno de los factores explicativos de la desigualdad de las remuneraciones es cuestionado con frecuencia, en tanto se argumenta que las brechas de ingresos son resultado de las existentes en el “capital humano”. Aquellos trabajadores con reducida capacitación son los que están en su mayoría ocupados en los establecimientos de baja productividad, características que también comparten quienes se desempeñan precariamente en empresas del sector formal. En última instancia, por tanto, la mayor desigualdad del mundo en desarrollo obedecería a la mayor diferenciación en la oferta laboral en términos de su productividad, basada, a su vez, exclusivamente en la dotación de capital humano. La elevada presencia de pobreza asociada en buena medida a las muy bajas remuneraciones de un conjunto amplio de ocupados en el sector informal y de asalariados precarios (que muestra, por ejemplo, el estudio de Souza y Tokman, 1978) no sería más que el resultado de sus bajos niveles de calificación.

Efectivamente, la asociación entre ingresos y capital humano está presente en la región, cuyos países, de hecho, exhiben una distribución de estas dotaciones más desigual que la del mundo desarrollado (ver, por ejemplo, Castelló-Climent y Doménech, 2014). A su vez, los ocupados de baja calificación están sobrerrepresentados en el empleo del sector informal y entre los asalariados formales precarios. Esta evidencia, sin embargo, no es sustento, per se, para apoyar la visión fundada, en última instancia, en la teoría del capital humano. La contribución de la OIT y de otras perspectivas similares enfatiza que la dinámica que han experimentado las economías latinoamericanas, y su impacto sobre la demanda de trabajo, limita la mejora continua del perfil de las calificaciones de sus trabajadores, y provoca cierta inflexibilidad de la distribución ante las reducciones de la concentración de los niveles de calificación que se han producido tendencialmente.

Más específicamente, esta perspectiva analítica ha cuestionado aquella más tradicional al destacar la significativa influencia de las variables ocupacionales en la determinación del ingreso. Precisamente, el PREALC/OIT ha contribuido al reconocimiento del efecto independiente de estos rasgos. Desde un punto de vista conceptual, se plantea que la baja productividad de las unidades informales no se deriva solo (o mayormente) del hecho de que sus trabajadores son menos productivos, sino que tales unidades tienen escasa eficiencia y rentabilidad por una serie de razones. Algunas de ellas son el bajo o inexistente uso de capital, una tecnología inadecuada y obsoleta, la dificultad para acceder a insumos y la competencia de empresas formales. Consecuentemente, estas unidades solo pueden generar ingresos bajos a los que allí trabajan (propietarios o asalariados). Cabe insistir en que esas empresas se crean y subsisten porque las alternativas de ingresos superiores en el sector formal para quienes allí se desempeñan son muy reducidas o inexistentes. Si bien se ha puesto en discusión el grado de involuntariedad de la informalidad, con el consecuente cuestionamiento al significado de la brecha de ingresos monetarios, parece haber evidencia suficiente acerca de la presencia de un segmento de trabajadores independientes que efectivamente encuentran un “refugio” trabajando en un establecimiento informal.

La heterogeneidad de las unidades productivas

La relevancia de las características de la unidad productiva en la determinación de los ingresos no solo ha sido planteada a partir de la argumentación conceptual, sino que en América Latina el PREALC ha sido pionero en ofrecer evidencia empírica directa acerca de la presencia de brechas entre los ingresos de personas de igual nivel de capital humano pero que trabajan en firmas de diferentes características. Una referencia obligada en este sentido es el artículo de Souza y Tokman (1978), ya citado, que concluye que “existe segmentación en los mercados de trabajo, en el sentido de que las brechas de ingreso no se explican solamente en funciones de las diferencias en las características personales, sino también por las diferencias que se registran en las unidades productivas en las que se ocupan”.

También la OIT ha destacado, desde las contribuciones originales en la región, que el sector informal es heterogéneo e incluye unidades productivas con distintos grados de subocupación, esto es, con diferencias en los niveles de eficiencia-productividad. Esta diferenciación en la productividad da lugar también a heterogeneidades en los ingresos que se generan. Consecuentemente, no todos sus trabajadores reciben remuneraciones tan bajas que los hagan caer en la pobreza. De cualquier manera, investigaciones más cercanas en el tiempo han mostrado que, en general, sus remuneraciones se ubican en la parte baja de la distribución.

Otros factores: la estabilidad macroeconómica, la protección social y las formas atípicas de empleo

Si bien todo el período de posguerra se caracterizó por la diferenciación ocupacional y la elevada prevalencia que en general tuvo la informalidad en la estructura del empleo, la OIT estuvo alerta también a los cambios distributivos en la región ocasionados por dinámicas macroeconómicas de países individuales y fenómenos más generalizados. Algunos de ellos fueron la crisis de la deuda de los ochenta, los cambios de políticas orientados al mercado que comenzaron hacia mediados de la misma década (Klein y Tokman, 2000) y las políticas redistributivas que caracterizaron a ciertos países desde principios del siglo XXI. Más allá de una matriz distributiva de largo plazo influenciada por la estructura ocupacional, los niveles de la desigualdad también responden a las evoluciones de las economías, acentuando y reduciendo el grado de concentración. La dinámica de la informalidad en el contexto de dichos derroteros económicos puede o no constituir un factor que da cuenta de parte de las variaciones en los niveles de desigualdad y pobreza.

Las limitaciones que imponen las políticas de protección social han sido otro aspecto que se ha destacado e la influencia de la informalidad sobre la distribución. Esto obedece a que los países de América Latina, como en la mayoría de las otras regiones, han basado una parte significativa de los mecanismos de protección en los de tipo contributivo. La atención a la falta o pérdida de una ocupación, el aseguramiento de un nivel mínimo de remuneraciones o el derecho a recibir ingresos luego de haber alcanzado el fin de la vida activa han beneficiado generalmente a los trabajadores asalariados formales. Solo en las últimas dos décadas se han extendido en algunos países mecanismos no contributivos que cubren algunas de estas situaciones para los trabajadores no asalariados y para los que no tienen (o no han tenido) cobertura de la seguridad social, que componen una parte mayoritaria del empleo del sector informal. Si bien estos dispositivos han mejorado el bienestar de los trabajadores informales, y de sus hogares, su impacto en la desigualdad y/o la pobreza suele ser escaso.

Más recientemente, incluso, la OIT ha focalizado su preocupación sobre la creciente presencia de ocupaciones, asociadas de alguna manera a empresas medianas y grandes (del sector formal), que pueden no ser informales de manera estricta, pero presentan signos más o menos intensos de precariedad. Estas abarcan desde las formas atípicas de empleo que cuentan con más tradición –aquellos a tiempo determinado o de jornada parcial– hasta las modalidades de uso creciente (aunque, todavía, en su mayoría en países desarrollados) como los contratos de cero hora o los trabajos asociados a las economías de plataforma. Estos puestos de trabajo en muchos casos son esporádicos, tienen horarios no determinados, ofrecen baja o nula cobertura de riesgos laborales y sus remuneraciones son menores a otros de similares calificaciones, pero plenamente formales. Estos y otros rasgos que caracterizan a estas ocupaciones generan, en conjunto, un mayor grado de inseguridad de ingresos para quienes se desempeñan en ellas, lo cual los hace más proclives a caer en situaciones de muy bajos ingresos y pobreza.

Si bien la penetración de estas nuevas modalidades es todavía limitada en América Latina, se prevé que el panorama laboral de la región crecerá y se hará aún más heterogéneo. Se convertirá, probablemente, en una fuente adicional de trabajos precarios y de bajos ingresos, aunque aquellos asociados a la informalidad tradicional seguirán constituyendo el grupo más amplio de trabajos de baja calidad. Este es uno de los principales desafíos para reducir la pobreza y mejorar la distribución de los ingresos laborales y familiares.

*Luis Beccaria es economista, profesor de la Universidad Nacional de General de Sarmiento, Argentina.
Roxana Maurizio es investigadora independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y del Instituto Interdisciplinario de Economía Política (IIEP) de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.


Referencias bibliográficas
  • Castelló-Climent, A. y R. Doménech (2014). “Human Capital and Income Inequality: Some Facts and Some Puzzles”, Documento de Trabajo Nº 12/28, BBVA Research, Madrid.
  • Klein, E. y V. Tokman (2000). “La estratificación social bajo tensión en la era de la globalización”, en Revista de la CEPAL, Nº 72.
  • Pinto, A. (1970). “Naturaleza e implicaciones de la ‘heterogeneidad estructural’ de la América Latina”, en El Trimestre Económico, vol. 37, Nº 145(1), pp. 83-100.
  • PREALC (1974). “La política de empleo en América Latina: lecciones de la experiencia de PREALC”, en El Trimestre Económico, vol. 41, Nº 164(4), pp. 917-936.
  • Prebisch, R. (1949). “El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas”, Documento E/CN.12/89, Santiago de Chile, Naciones Unidas.
  • Souza, P. y V. Tokman (1978). “Distribución del ingreso, pobreza y empleo en áreas urbanas”, en El Trimestre Económico, vol. 45, Nº 179(3) (julio-septiembre), pp. 737-766.