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Conferencia Internacional del Trabajo
87.reunión, 1 - 17 de junio de 1999

 


 

Alocución de la Sra. Ruth Dreifuss, Presidenta de la Confederación Helvética
8 de junio de 1999

Cada año, Ginebra y Suiza se enorgullecen de acoger a la Conferencia de la OIT, su Conferencia, verdadero Parlamento mundial del trabajo. Por lo tanto, tengo un particular agrado en transmitirles el cordial saludo de las autoridades y el pueblo suizos.

Este año, quiero saludar muy particularmente al Sr. Mumuni, Presidente de la Conferencia, a quien felicito por su elección, y también al Sr. Juan Somavia, Director General, a quien renuevo mis votos de pleno éxito en sus importantes funciones. Por último, deseo rendir homenaje aquí al trabajo minucioso que efectúa cada año el personal de la Oficina Internacional del Trabajo, cuya dedicación en favor de la justicia social en el mundo es simplemente ejemplar.

Los suizos somos sus huéspedes, pero somos en realidad bastante más que eso. Nuestra historia social está estrechamente vinculada a la de la OIT, que contribuimos a crear. Nunca hemos dejado de actuar para lograr que la OIT pueda cumplir las esperanzas cifradas en ella. Ayer, y les agradezco esa confianza, fuimos elegidos miembros titulares del Consejo de Administración y si esperamos poder asumir su Presidencia en 1999-2000 es simplemente para servir mejor a toda la institución.

Conmemoramos hoy los 80 años de la Organización Internacional del Trabajo. En 1919, luego de la destrucción provocada por la primera guerra mundial, cumplimos una etapa decisiva en un esfuerzo ya más que secular.

Durante el siglo de las luces, y luego desde los inicios de la era industrial, se levantaron voces para reclamar protección para los trabajadores y las trabajadoras.

El costo humano del desarrollo industrial y tecnológico, y el peligro que dicho fenómeno representaba para la paz social, y para la paz simplemente, poco a poco pusieron de manifiesto que, primeramente, la negociación colectiva debía poder desarrollarse y, en segundo lugar, que la colectividad pública debía fijar reglas mínimas para proteger a los trabajadores y las trabajadoras. Varios países, entre ellos Suiza, desempeñaron un papel pionero adoptando las primeras leyes laborales que protegían primordialmente a las mujeres y a los niños, pues su explotación constituía una carga abrumadora para el futuro de las sociedades, arrastradas por la vorágine de la revolución tecnológica de los tiempos modernos. Que la protección de la maternidad, que fue objeto en 1919 de uno de los primeros convenios de la OIT, figure nuevamente en el orden del día de esta reunión, en un momento en que Suiza espera, al fin, dotarse de una legislación adecuada en este ámbito, ilustra perfectamente esta interdependencia entre las evoluciones nacionales e internacional.

Pero, ya en esa época, la globalización -- si me permiten este neologismo -- de la evolución y la competencia internacionales hicieron que una de las principales preocupaciones fuese la necesaria armonización internacional de las condiciones de trabajo en los países en vías de industrialización. Desde 1901, la Asociación Internacional para la protección legal de los trabajadores sentó las bases de tal normativa. En 1906, los convenios de Berna vinieron a reforzar el conjunto de medidas protectoras.

La voluntad de superar el horror de la primera guerra mundial, la esperanza de impedir para siempre que la guerra económica desemboque en conflictos armados, la competencia ideológica que surgió entre el Este y el Oeste: he aquí algunas de las razones que llevaron a la comunidad internacional en 1919 a crear la Organización Internacional del Trabajo. Gracias a una genialidad muy audaz, y también al reconocimiento precursor del cometido que correspondía a las organizaciones no gubernamentales, los Estados constituyentes dotaron a la OIT de una estructura inédita: el tripartismo, que permite reunir bajo un mismo techo a los principales actores sociales y económicos. Hoy aún, o mejor dicho, hoy más que nunca, este equilibrio de intereses entre los Estados y las organizaciones económicas, entre las organizaciones de empleadores y las organizaciones de trabajadores, esta voluntad de crear las condiciones para el libre ejercicio de sus actividades, son de actualidad y se adecuan extraordinariamente a la realidad y a sus retos.

Ya en 1920, la Secretaría de la OIT, la Oficina Internacional del Trabajo, se instaló en Ginebra. Suiza se ha enorgullecido siempre de su presencia en su suelo. Esta prestigiosa institución, luego de la creación del Comité Internacional de la Cruz Roja, encendió en Ginebra un faro mundial de los derechos humanos y de la justicia social.

Con convicción y tenacidad, la OIT ha sabido mantener su rumbo a lo largo de la atrafagada historia del vigésimo siglo. Los resultados recogidos desde 1919 han dado a la OIT una legitimidad internacional indiscutible en lo que atañe a la creación de condiciones marco internacionales para el establecimiento de relaciones económicas y sociales equitativas, en los países y entre los países. Los instrumentos desarrollados por la OIT (interlocución social, cooperación internacional, control constructivo de la aplicación de las normas internacionales) no han perdido nada de su validez y siguen contribuyendo al mantenimiento de la paz. Que la obra de la OIT se haya visto coronada hace 30 años por el Premio Nobel de la Paz, es sólo justicia.

A lo largo de sus 80 años de existencia la OIT nunca ha dejado de desempeñar un papel esencial, que en el fondo siempre ha sido el mismo. Pero el mundo ha cambiado en el curso de estos ocho decenios; y nuestra Organización se ha convertido en universal y ha dejado de experimentar los efectos de las divisiones ideológicas de la guerra fría. Otros retos nos esperan, vinculados a la internacionalización y la liberalización de los intercambios.

En el plano económico, el contexto multilateral y las condiciones marco se han modificado radicalmente estos últimos años. Las nuevas tecnologías, motores de la economía, han comprimido el tiempo y el espacio, revolucionado los intercambios y puesto en tela de juicio ciertos logros sociales; también han obligado a los gobiernos y a los autoridades públicas a revisar su papel. La mundialización del comercio, preñada de posibilidades de desarrollo, nos pone hoy, como hace 80 años, ante la «cuestión social». La pobreza gana terreno y afecta sobre todo a las mujeres en todas las regiones del mundo. La explotación de los niños trabajadores es un tema desgraciadamente aún de actualidad. En el curso del último decenio, se ha impuesto la reflexión sobre el desarrollo duradero y, en particular, sobre la protección del entorno.

En importantes regiones del mundo, la crisis económica y financiera se ha traducido en un neto retroceso del progreso social. Han vuelto a producirse trastornos sociales e incluso conflictos étnicos que sumen a poblaciones enteras en la miseria y el abandono.

Nuevos actores ocupan un lugar cada vez más importante en la escena internacional: el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio, principalmente. La OIT, respaldada por su tradición tripartita, su experiencia y su competencia para comprender las realidades más cotidianas, debe asumir su papel de pionera. En particular, debe desarrollar nuevas ideas y redefinir su cometido dentro de la comunidad internacional.

Necesitamos «laboratorios del futuro», y la OIT puede ser uno de ellos. Robert Jungk, inventor de esta expresión e iniciador de las denominadas «plataformas ciudadanas de reflexión y de acción», ha escrito: «el futuro no es una fatalidad, sino lo que hagamos del presente, para nosotros mismos y para las generaciones futuras».

¿Qué hace, pues, la OIT para sí misma, a fin de contribuir a mejorar el futuro de la comunidad internacional?

La OIT se dota de medios institucionales adecuados para responder a las nuevas dimensiones de su compromiso en favor de la justicia social. Bajo el impulso visionario y enérgico del Director General, se crean nuevas estructuras articuladas en torno a grandes prioridades estratégicas que deben reforzar la eficacia de las actividades de la OIT en los umbrales del siglo XXI. Nuevos instrumentos internacionales, como la Declaración relativa a los principios y derechos fundamentales en el trabajo, refuerzan el arsenal de las normas sociales fundamentales. El enfoque en torno a las cuatro prioridades estratégicas y el refuerzo de la investigación aumentarán las competencias de la Organización.

La prioridad tradicional dada a la lucha contra el trabajo infantil es uno de los grandes ejes de la labor de la OIT. Quisiera recordar aquí que el Convenio núm. 138 debe seguir siendo la referencia futura; me complace anunciar que Suiza presentará en breve los instrumentos de ratificación de este convenio. Sin embargo, cabe desear que la urgencia de los tremendos sufrimientos impuestos a los miembros más débiles de nuestra sociedad, a quienes son su futuro, nos permita suprimir las peores formas de explotación que sufren. Confiemos en que la norma que se está elaborando en esta reunión obtenga una ratificación y una aplicación universales.

La emocionante acogida reservada a los participantes en la Marcha Mundial contra el Trabajo Infantil traduce una apertura hacia las organizaciones no gubernamentales que representan a los más pobres. Su presencia nos pone frente a nuestras responsabilidades humanas y políticas, y nos muestra que el frente de lucha contra la pobreza también se mundializa.

La apertura se manifiesta también en lo que respecta a la economía privada. El segundo Foro Empresarial que tendrá lugar en noviembre debería permitir la formulación de propuestas concretas y estrategias que alimentarán el seguimiento de la Cumbre Social.

Estas normas y prioridades son objeto de un amplio consenso, pues las comparten la comunidad internacional y los actores sociales y económicos de nuestra sociedad mundial.

Uno de los retos más importantes es, sin duda, el del lugar que la OIT ocupará en el futuro entre las organizaciones internacionales. La cooperación intergubernamental, de consuno con los nuevos actores de la economía, debe desarrollarse en varios ámbitos, y en particular en conjunto con la Organización Mundial del Comercio, las instituciones de Bretton Woods y el conjunto de las instituciones del sistema de las Naciones Unidas, pero estos actores han de aglutinarse en torno a los ideales de la Organización Internacional del Trabajo, conciencia social del mundo.

En lo que atañe a la Organización Mundial del Comercio, existe una complementariedad evidente entre los objetivos del sistema comercial multilateral y los de la OIT. La apertura al comercio ha sido un potente vector de crecimiento económico y de prosperidad. El aumento de los niveles de vida en el mundo ha constituido una importante contribución al progreso social. Y si tomo un ejemplo, el de mi país, naturalmente que también tenemos que centrar nuestra atención en otras evoluciones.

El estudio que la OIT ha consagrado a los efectos de la mundialización en Suiza muestra en primer lugar los aspectos positivos de la apertura de los mercados, el fin de las rentas de los monopolios que penalizan a los consumidores y que favorecen unilateralmente a los grupos de población que gozan de una mejor formación y de ingresos más elevados.

La apertura fomenta, evidentemente, la creación de empleos. Con todo, aunque el proceso de adaptación genera ventajas para el conjunto de la población, entraña también efectos negativos para numerosas personas directamente interesadas. Incumbe entonces al Estado ayudar a esas personas mediante medidas concretas. El informe «El empleo en el mundo» de 1998 muestra que los países más abiertos a los intercambios internacionales disponen también de mecanismos de redistribución social muy desarrollados. En mi calidad de Ministra de Asuntos Sociales, conozco las dificultades inherentes a la financiación de los seguros sociales, pero sé también que éstos regímenes no deben ser desmantelados, sino bien gestionados de un modo más eficaz. También en este ámbito esperamos iniciativas y recomendaciones de la OIT.

Pero no remitamos los problemas únicamente a los Estados considerándolos por separado. Más bien, mundialicemos nuestra respuesta, la respuesta social a la globalización. Estas respuestas deberán respetar el principio fundamental de la buena fe. Primero, hay que velar por no confundir la defensa de la dignidad humana con el proteccionismo. En efecto, aplicar medidas proteccionistas para promover el respeto de las normas laborales sería una estrategia contraproducente. La aplicación de medidas semejantes priva a los países más pobres de uno de los principales motores del desarrollo, a saber, la posibilidad de participar en el comercio mundial. Por otra parte, los miembros de la OMC han rechazado claramente la utilización de las normas laborales con fines proteccionistas, en ocasión de la Conferencia Ministerial de Singapur.

Ahora bien, la medalla de la Declaración de Singapur tiene también un reverso, pues cuando lo que está en juego es la dignidad humana, hay que movilizar medios e instrumentos y desplegar una atención permanente. Los miembros de la OMC han dado un mandato a la OIT para que promueva las normas y los principios sociales fundamentales. Consecuentemente, estos miembros deben poner a disposición de la OIT los recursos jurídicos y financieros necesarios para que pueda cumplir ese mandato. El compromiso de Singapur responderá a las esperanzas que ha suscitado sólo si la OIT, y las demás organizaciones de la familia de las Naciones Unidas, reciben los medios para concebir soluciones a la dimensión social de la globalización.

El costo de los ajustes sociales, junto con la competencia mundial y la división internacional del trabajo, suscitan en efecto graves inquietudes, y éstas son a menudo explotadas para poner en tela de juicio las políticas de apertura practicadas hasta ahora. Ante tal evolución, tenemos que asegurarnos de que la liberalización del comercio y la justicia social se estimulen recíprocamente. La realización de este objetivo exige en particular que actuemos de modo coherente tanto en la OMC como en la OIT. Pero ello implica que se establezca una cooperación eficaz entre ambas organizaciones. Ese acercamiento debe permitir el desarrollo de un debate abierto sobre la interacción entre el comercio y las normas fundamentales del trabajo.

La Memoria del Director General hace notar muy atinadamente que la OIT no tiene el monopolio de lo socioeconómico. De hecho, diversas organizaciones internacionales tienen que desempeñar también un papel en ese sector, y en especial el Banco Mundial. El Banco Mundial y la OIT son complementarios. Estas dos organizaciones son agentes esenciales de la ayuda al desarrollo. Sin embargo, se distinguen una de otra en puntos importantes. A diferencia del Banco Mundial, la OIT es una organización que crea normas. Con todo, esas normas no bastan para mejorar de forma duradera y por sí solas las condiciones socioeconómicas. En cambio, son salvaguardias indispensables tanto para las legislaciones nacionales como para la cooperación técnica en el plano internacional.

Dicho esto, conviene poner de relieve la interacción que existe entre las normas y la economía, y con esta finalidad debemos proseguir y fomentar la búsqueda de la calidad.

Debemos conocer mejor las condiciones sociales, económicas y políticas en las cuales el crecimiento económico, el progreso social y el fomento de la democracia y de los derechos humanos pueden reforzarse. Este conocimiento permitirá a los economistas y a los defensores de los derechos humanos hablar un mismo idioma y constituye el fundamento de la cooperación.

Por otra parte, necesitamos instrumentos que nos permitan utilizar mejor nuestros conocimientos. La Declaración de la OIT relativa a los principios y derechos fundamentales en el trabajo y su seguimiento es uno de ellos porque fomenta esa actividad. Esta Declaración permite en efecto poner en práctica la cooperación al desarrollo de una manera detallada gracias a los conocimientos más recientes. Esperamos que las conclusiones del informe global influirán también en la labor del Banco Mundial y en la de otras organizaciones internacionales.

La finalidad es asegurar a cada país que el respeto de los derechos sociales fundamentales es una ventaja comparativa que muestra el buen funcionamiento de la economía nacional. Se daría así un paso decisivo para unir la política social a la política económica y completar el consenso de Washington.

Los numerosos agentes de la política social se reunieron en 1995 en Copenhague para celebrar una cumbre mundial social. El año pasado, el Consejo Federal Suizo invitó a las Naciones Unidas a celebrar la Conferencia de seguimiento de esa Cumbre en Ginebra, aquí, en el Palacio de las Naciones en el año 2000. Esta conferencia tendrá lugar del 26 al 30 de junio del año 2000.

Suiza se siente muy feliz de que la Asamblea General de las Naciones Unidas haya aceptado esa invitación y se honra por la confianza que se le manifiesta. Nuestro objetivo es ofrecer a la comunidad de los Estados la mejor plataforma posible para que pueda resolver los problemas económicos y sociales del próximo milenio. Esperamos que Ginebra-2000 hará hincapié en la dimensión social de la globalización. Para Suiza las prioridades de la Conferencia de seguimiento deberán ser el desempleo y las condiciones de trabajo equitativas. Con más de 150 millones de desempleados, con el desempleo de los jóvenes y la exclusión social, el mundo se enfrenta a una bomba con efecto retardado que conviene desactivar.

Quienes trabajan aquí, en esta casa, asumen una gran responsabilidad, la responsabilidad de proponer soluciones a estos problemas cruciales. Es decir, que tener la Conferencia de seguimiento a sus puertas representa una nueva exigencia y una oportunidad al mismo tiempo para la OIT. Pero confío mucho en la OIT, estoy firmemente convencida de que la OIT sabrá hacer frente a ese desafío bajo la dirección del Sr. Somavia, padre espiritual de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social de Copenhague.

El Secretario General de las Naciones Unidas, Sr. Kofi Annan, ha indicado claramente la vía que ha de seguirse con ocasión del último Foro Económico de Davos. Decía que es necesario un conjunto global de valores y principios compartidos que den una cara humana al mercado mundial. Es un llamamiento en favor de un contrato social por parte de la comunidad internacional. Es también un llamamiento para definir conjuntamente las normas de nuestra vida común en el mundo global del siglo XXI.

Ginebra es la sede de numerosas organizaciones humanitarias y del Alto Comisionado para los Derechos Humanos. Es también la sede de organizaciones socioeconómicas como la OIT o la OMS. Ginebra está pues predestinada a ser el punto de encuentro geográfico de la política social y de la política económica.

Con los principios de política social, diez años después de la caída del muro de Berlín, tenemos que superar otra brecha ideológica y les invito a hacerlo. Así podremos demostrar al mundo que sabemos adoptar la más importante de nuestras responsabilidades, esto es, sacar las lecciones de la historia. Primero, de nuestra historia reciente. En los últimos años, las crisis económicas han anulado los beneficios de las décadas de bienestar. Luego, yendo más lejos en la historia de nuestro siglo, remontándonos hasta la gran depresión de los años 30, cuando la crisis económica llevó al mundo al borde del precipicio. Como cuando se fundó la OIT, debemos estar en condiciones de responder en nuestro mundo de hoy a las preguntas planteadas en 1919 por el Presidente Wilson. ¿Cuáles son las condiciones de trabajo de nuestras poblaciones y, en consecuencia, cuál es el futuro de nuestra sociedad?

La comunidad internacional está condenada en estos momentos a responder mejor a estas preguntas de lo que lo hizo cuando la gran depresión. Junto con las instituciones de Bretton Woods y de la OMC, la OIT es uno de los tres pilares de la cultura económica internacional. Gracias a sus grandes competencias, a su autoridad moral, está en condiciones de aportar una respuesta adecuada a nuestras preguntas, y le incumbe a ella respetar la máxima inscrita en el antiguo edificio de la OIT que en la actualidad alberga la sede de la OMC: «Quien quiere la paz, prepara la justicia».


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