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Conferencia Internacional del Trabajo
87.reunión, 1 - 17 de junio de 1999

 


 

Alocución del Sr. Bill Clinton, Presidente de los Estados Unidos
16 de junio de 1999

Me gustaría dar las gracias al Sr. Juan Somavia, Director General, por su admirable discurso y su excelente labor. Permítaseme dirigirme al Sr. Mumuni, Presidente de la Conferencia, al señor Director General Petrovsky, y a las damas y los caballeros de la OIT aquí presentes, para hacerles partícipes del gran honor que es para mí estar hoy aquí acompañado por, como habrán visto, una amplia delegación de los Estados Unidos. Espero que en ello perciban un compromiso de mi país respecto a esta visión común a todos, y no simplemente como el cumplimiento de nuestro gran deseo de visitar esta maravillosa ciudad cada vez que se presenta la ocasión.

Tengo el placer de estar aquí con la Secretaria de Estado, la Sra. Albright y la Secretaria de Trabajo, la Sra. Herman, así como con mi Consejero Económico Nacional, el Sr. Gean Sperling, y mi Consejera de Seguridad Nacional la Sra. Sandy Berger. Es un placer para nosotros sumarnos al Presidente de la Federación Estadounidense del Trabajo (AFL-CIO), John Sweeney y a otros muchos dirigentes del movimiento trabajador de los Estados Unidos, así como al Senador Tom Harkin, de Iowa, máximo defensor de la eliminación del trabajo infantil en los Estados Unidos. Me gustaría dar las gracias a todos por estar presentes aquí conmigo, así como a la primera dama y a nuestra hija, que me han acompañado en este viaje. Les estoy agradecido por la cálida recepción que les han deparado.

Es un honor para mí ser el primer Presidente de los Estados Unidos que habla ante la OIT en Ginebra, lo cual debía haber tenido lugar hace ya tiempo. No hay ninguna organización que haya trabajado con más ahínco para reunir a las personas en torno a las aspiraciones humanas fundamentales, ni cuya misión sea más importante actualmente y de cara al mañana.

La OIT, como dijo el Director General, fue creada después de la devastadora Primera Guerra Mundial, como parte de una visión tendente a crear estabilidad en un mundo que se recuperaba tras el conflicto. Esta visión fue defendida por nuestro Presidente Woodrow Wilson, quien entonces manifestó que, al mismo tiempo que peleamos por la libertad, tenemos que garantizar la libertad de los trabajadores.

En una época en la cual peligrosas doctrinas dictatoriales se volvían cada vez más interesantes, la OIT se basaba en el principio según el cual el descontento causado por la injusticia «constituye una amenaza para la paz y armonía universales».

Con el paso del tiempo, la Organización se fortaleció y los Estados Unidos empezaron a desempeñar su papel, llevado a cabo, en un principio, por el Presidente Franklin Roosevelt, después por sus sucesores y otros miembros del Congreso estadounidense, incluyendo, actualmente, al Senador Harkin y al distinguido Senador Patrick Moynihan de Nueva York, todos ellos defensores de esta Organización.

Desde hace 50 años, la OIT ha luchado para aumentar la prosperidad y la libertad desde los campos polacos hasta las minas de diamantes de Sudáfrica; y hoy, como afirmó el Director General, es la única Organización que reúne a gobiernos, sindicatos y empleadores, para tratar de unir a las personas en aras de una causa común: la dignidad del trabajo, la creencia de que el trabajo honesto justamente remunerador da sentido a nuestras vidas, y la estructura y la posibilidad de que cada familia y cada niño pueda llegar tan lejos como les sea posible.

En un mundo en que hay demasiadas divisiones, esta Organización ha fomentado con fuerza la unidad, la justicia, la igualdad y la prosperidad compartida. Por todos estos motivos les expreso mi agradecimiento.

Ahora, ante el umbral de un nuevo siglo, al alba de la era de la información, la OIT y su visión son más importantes que nunca, porque el mundo se está volviendo más pequeño e interdependiente. La mayoría de las naciones están vinculadas por una nueva economía, de alcance internacional, sumamente competitiva, basada en la tecnología e impulsada por conceptos dinámicos.

La revolución digital es una fuerza potencialmente democratizadora, profunda y poderosa. Puede permitir que los pueblos con visión se desarrollen con mayor rápidez y con menor perjuicio para el medio ambiente.

También nos podría permitir trabajar juntos desde cualquier lugar del mundo entero, con tanta facilidad como si estuviésemos en la misma oficina. La competencia, las comunicaciones y la mayor apertura de los mercados están logrando impresionantes innovaciones y están poniendo sus frutos a disposición de los empresarios y los trabajadores del mundo entero.

Consideren esto: cada día cruzan fronteras internacionales 500.000 pasajeros en transportes aéreos, 1.500 millones de mensajes de correo electrónico y 1.500 billones de dólares. También contamos con nuevos elementos para erradicar enfermedades que han sido una plaga de la humanidad durante largo tiempo, para luchar contra el calentamiento de la Tierra y la destrucción del medio ambiente, así como para permitir que miles de millones de personas participen en la primera clase media verdaderamente mundial.

Sin embargo, como ha demostrado la crisis financiera de los últimos dos años, la economía mundial con su intensa hiperactividad encierra nuevos riesgos: trastornos, desmembramiento y división. La crisis financiera de un país puede tener repercusiones en fábricas de otros países en el otro extremo del mundo. El mundo ha cambiado, en general para bien, no obstante, con demasiada frecuencia, nuestra respuesta permanece invariable ante los nuevos desafíos.

La mundialización no es una propuesta ni una opción política, es simplemente un hecho. En cambio, la forma en que respondamos ante ella será realmente lo que marque la diferencia. No podemos frenar las mareas del cambio económico, ni dividir las aguas como Moisés. Tampoco podemos pedir que la gente lleve una vida autárquica. Tenemos que hallar una tercera vía, un camino nuevo y democrático que nos permita incrementar al máximo el potencial del mercado y la justicia social, la competencia y el sentido de comunidad.

Tenemos que darle un rostro humano a la economía mundial, dar a los trabajadores del mundo entero una participación en los resultados satisfactorios que obtengan, y permitir que sus familias cuenten con las condiciones básicas que debe ofrecer una sociedad justa. Todas las naciones tienen que adoptar esta visión y todas las grandes instituciones económicas del mundo deben potenciar su capacidad de iniciativa y su energía para lograr este objetivo.

En mayo tuve la oportunidad de hablar ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) y señalé que, al tiempo que luchábamos por la apertura de los mercados, también había que estar receptivos a los problemas de los trabajadores y del medio ambiente. En noviembre del año pasado hablé en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y en el Banco Mundial y recalqué que era necesario crear una nueva estructura financiera que fuera tan moderna como los mercados actuales para poder controlar el ciclo de expansión y de contracción de la economía mundial, como controlamos ya el de las economías nacionales, a fin de garantizar la integridad de las transacciones financieras internacionales y ampliar la red de la seguridad social para que abarque a los más vulnerables.

Hoy, digo ante ustedes que la OIT también debe estar preparada para entrar en el siglo XXI, siguiendo la pauta marcada por el Director General, Sr. Somavia.

Permítanme comenzar diciéndoles que creo firmemente que el libre comercio no va en contra de los intereses de los trabajadores. La competencia y la integración generan un crecimiento más estable, más empleos de calidad y una riqueza más compartida. La reaparición del proteccionismo en cualquiera de nuestros países generaría una serie de medidas de retorsión que provocaría la disminución del nivel de vida de los trabajadores en el mundo entero.

Además, el hecho de no potenciar el comercio podría frenar las innovaciones y disminuir las posibilidades de la economía de la información. No necesitamos la reducción del comercio sino su expansión.

Desgraciadamente, los trabajadores del mundo entero no creen en lo que estoy diciendo. Incluso en los Estados Unidos, donde tenemos la tasa de desempleo más baja desde hace largos años, donde las exportaciones representaban el 30 por ciento de nuestro crecimiento antes de que se produjera la crisis financiera de Asia, los trabajadores se oponen firmemente a la apertura del mercado. Esto se explica por muchos motivos. En los países industrializados los beneficios del libre comercio son mayores que los problemas que plantea. Pero, además, esos beneficios tienen un alcance muy amplio, mientras que los problemas que acarrea el libre comercio están extremadamente concentrados.

En todos los países, la importancia que la economía moderna atribuye a las calificaciones deja por el camino a mucha gente que es muy buena trabajadora pero no cuenta con ellas. En los países más pobres las ganancias van a parar aparentemente con demasiada frecuencia en manos de los ricos y poderosos sin aumentar prácticamente el nivel general de vida. Las organizaciones internacionales encargadas del seguimiento y la elaboración de normas de comercio justo, y de la aplicación de las mismas, parecen tardar tanto para llegar a tomar una decisión correcta, que muchas veces es ya demasiado tarde como para ayudar a las personas que se han visto perjudicadas.

Por ello, al mismo tiempo que procuramos una mayor liberalización del comercio tenemos que esforzarnos más para asegurarnos de que todos los sectores de la población resulten beneficiados con la mundialización de la economía. Al prepararnos para emprender una nueva ronda mundial de discusiones sobre el comercio que tendrá lugar en noviembre, en Seattle, es vital que la OMC y la OIT trabajen de consuno para hacer avanzar este objetivo común.

Es evidente que una economía mundial pujante ha de ser el fruto de las calificaciones, las ideas y la educación de millones de individuos. En cada uno de nuestros países, y en la comunidad de naciones, tenemos que invertir en nuestros pueblos y lograr que desarrollen al máximo su potencial. Si permitimos que las subidas y bajadas de la situación financiera nos impidan invertir en nuestros pueblos, no sólo sufrirán los ciudadanos de nuestros países sino también del mundo entero. Todo el mundo sufrirá a causa del potencial perdido.

Es evidente que cuando las naciones hacen frente a crisis financieras necesitan el compromiso y el asesoramiento especializado no sólo de las instituciones financieras internacionales, sino también de la OIT, el FMI, el Banco Mundial y la OMC deberían colaborar más estrechamente con la OIT, y esta Organización tiene que estar dispuesta y ser capaz de asumir más responsabilidades. La lección de los últimos dos años es evidente: aquellas naciones que cuentan con sólidas redes de seguridad social están en mejor posición para soportar las tormentas. Estas sólidas redes de seguridad social no sólo incluyen la asistencia financiera y la ayuda de emergencia para las personas más pobres, sino que suponen también la capacitación de las personas más pobres.

Este fin de semana en Colonia me reuniré con los interlocutores del G-8 para insistir en la necesidad de contar con redes más fuertes de seguridad en los diferentes países y en la comunidad internacional. También pediremos una mejor colaboración entre la OIT y las organizaciones financieras internacionales, sobre todo para promover la protección social y las normas fundamentales del trabajo. Hemos de instar también a que se reduzca la carga de la deuda que está aplastando a muchos de los países más pobres. Estamos tratando de lograr un fuerte acuerdo para que se reduzca en casi un tercio la deuda de los países más pobres y que estos ahorros se destinen a la educación, el cuidado de la salud, la protección de los niños y la lucha contra la pobreza. Estamos tratando de obtener recursos para poder hacer nuestra parte y contribuir con nuestro aporte en este sentido. Sin embargo, por importantes que sean nuestros esfuerzos por reforzar las redes de seguridad y aliviar la carga de la deuda para que los ciudadanos de todo el mundo estén convencidos de que realmente tienen que contribuir a la tarea de forjar su futuro tienen que sentir que se respetan los derechos básicos y la dignidad en el lugar de trabajo.

Ustedes han dado un importantísimo paso para mejorar la vida de los trabajadores de todo el mundo al adoptar, el año pasado, la Declaración relativa a los principios y derechos fundamentales en el trabajo. Este documento es un excelente punto de referencia para la economía mundial, que honra nuestros valores: la dignidad del trabajo y poner término a discriminación y el trabajo forzoso, y al mismo tiempo fomentar la libertad sindical, el derecho de sindicación y de negociación colectiva de manera pacífica. Estos no son sólo derechos del trabajo, son derechos humanos, son parte de una carta en favor de una verdadera economía moderna. Tenemos que conseguir que sean una realidad cotidiana en todo el mundo.

Fomentamos estos derechos, en primer lugar, cuando nos oponemos a aquéllos que los violan. Hoy, una nación miembro, Myanmar, que está desafiando los valores más fundamentales de la OIT y sus logros más importantes. El Director General nos acaba de informar que en ese país persisten las violaciones manifiestas de los derechos humanos por lo que insto al Consejo de Administración de la OIT a que tome acciones claras puesto que Myanmar no está cumpliendo con las normas de la comunidad mundial ni con las aspiraciones de su pueblo.

Mientras los pueblos no tengan derecho a modelar su propio destino, debemos apoyarlos y mantener la presión para forzar un cambio. Otra forma de fomentar los derechos fundamentales del trabajo es apoyar a aquellos que tratan de convertirlos en una realidad en el lugar de trabajo. Muchos países necesitan una asistencia complementaria para cumplir con estas normas, ya sea para volver a formular las normas laborales inadecuadas, ya sea para contribuir a luchar contra la discriminación de las mujeres y de las minorías en los lugares de trabajo. La OIT debe ser capaz de ofrecer esta ayuda. Por esta razón, en el presupuesto equilibrado que presenté al Congreso, solicité una partida de 25 millones de dólares destinada a sufragar el establecimiento de un nuevo órgano de la OIT que colabore con los países en desarrollo para que establezcan normas fundamentales del trabajo, medidas de protección, lugares de trabajo seguros, derecho de sindicación, etc.

Insto a otros gobiernos que se unan a nosotros. También solicité al Congreso una partida de 10 millones de dólares para fortalecer la ayuda bilateral de los Estados Unidos a los gobiernos que tratan de aumentar estas normas fundamentales del trabajo. Hemos solicitado también una partida de varios millones de dólares para consolidar nuestra iniciativa voluntaria en contra de los talleres de explotación y promover los numerosos programas innovadores que se están estableciendo para eliminar estos talleres y concienzar a los consumidores sobre las condiciones de fabricación de la ropa y los juguetes de sus hijos. No obstante, tenemos que ir más lejos aún si queremos que nuestro sueño de una economía que aumente el nivel de nuestros pueblos se convierta en realidad. Para ello, debemos arrancar de la tierra las peores formas de explotación del trabajo infantil.

Cada día decenas de millones de niños trabajan en condiciones terribles. Hay niños que están encadenados a máquinas a menudo muy peligrosas, niños que manejan productos químicos peligrosos, niños forzados a trabajar cuando deberían estar en la escuela preparándose ellos y sus países, para un mañana mejor.

Cada una de nuestras naciones debe asumir su propia responsabilidad. La semana pasada, basándome en las opiniones del Senador Tom Harkin, quien nos acompaña hoy aquí, di instrucciones a todas las instituciones del Gobierno de los Estados Unidos para que se aseguren de que no compran ningún producto fabricado a partir de trabajo infantil abusivo. No obstante, también debemos actuar todos de consuno.

Ha llegado el momento de promover un consenso a nivel mundial para prohibir las peores formas del trabajo infantil, para unirnos y decir que hay ciertas cosas que no podemos y no vamos a tolerar.

No toleraremos que se utilice a los niños en la pornografía, ni en la prostitución. No toleraremos que haya niños esclavos, ni maltratados. No permitiremos que se reclute de forma forzosa a niños para que participen en conflictos armados. No toleraremos que los niños más jóvenes pongan en peligro su salud y destrocen sus vidas trabajando en condiciones peligrosas durante jornadas extremadamente largas, independientemente de los países y de las circunstancias donde se produzcan. Estas no son prácticas arcaicas extraídas de una novela de Charles Dickens. Esto sucede, actualmente, en demasiados lugares.

Estoy orgulloso de lo que se está llevando a cabo en esta reunión. En enero declaré al Congreso y al pueblo de los Estados Unidos en mi Discurso sobre el Estado de la Unión que colaboraríamos con la OIT en una nueva iniciativa para elevar los derechos del trabajo y concluir un tratado que prohibiese el trabajo infantil en el mundo entero.

Es un honor para mí decir que los Estados Unidos apoyarán este Convenio. Cuando regrese a mi país, enviaré al Senado de los Estados Unidos su Convenio para ratificación y pido a todos los demás países que lo ratifiquen igualmente.

Les damos las gracias por haber logrado este gran avance en aras del bienestar de los niños del mundo. Agradezco a los países aquí representados por los progresos alcanzados al tratar esta cuestión dentro de sus propias naciones. Han escrito ustedes un importantísimo nuevo capítulo de nuestro esfuerzo para respetar nuestros valores y proteger a nuestros niños.

Adoptar este Convenio, sin embargo, no bastará para solucionar el problema. Tenemos también que trabajar para aplicarlo y tenemos que abordar las causas del trabajo infantil. La compleja patología de la falta de esperanza y la pobreza que conduce al trabajo infantil abusivo no desaparece cerrando las fábricas en las que se practican peores formas de trabajo infantil. Tenemos que garantizar también que los niños tengan acceso a las escuelas y que sus padres tengan trabajo, pues de otra manera, los niños podrían hallarse en circunstancias aun peores.

Por ello, la labor del Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil es tan importante. Con el apoyo de los Estados Unidos, este programa está actuando en diferentes lugares del mundo para que los niños dejen de trabajar en la fabricación de fuegos artificiales, dejen de trabajar en el servicio doméstico y vayan, por fin, a las escuelas.

Permítanme mencionar tan sólo un ejemplo del éxito que ha tenido este programa: la labor realizada para que los niños dejen de trabajar en la fabricación de balones de fútbol en Pakistán. Hace dos años miles de niños de menos de 14 años trabajaban para 50 compañías pakistaníes cosiendo balones de fútbol. La industria, la UNICEF y la OIT se unieron para impedir que los niños trabajasen en esto y para que fuesen a la escuela y para supervisar los resultados obtenidos.

Actualmente, el trabajo lo están desempeñando mujeres en 80 pueblos pobres de Pakistán, dando a sus familias nuevo empleo y nueva estabilidad y, al mismo tiempo, sus niños han comenzado a ir a la escuela, de tal manera que, cuando tengan la edad de hacerlo, podrán desempeñar mejores trabajos aumentando el nivel de vida de sus familias, de sus pueblos y de su país. Doy las gracias a todos aquellos que participaron en esta empresa y les pido a otros que sigan su ejemplo.

Es un placer que nuestra administración haya aumentado el apoyo al IPEC multiplicándolo por diez. Piensen ustedes en lo que podría lograrse si hubiese un esfuerzo internacional pleno y totalmente centrado en la eliminación de las peores formas de trabajo infantil. Piensen en los niños que podrían ir a la escuela, cuyas vidas se volverían más libres, que podrían crecer llenos de salud, que estarían libres de la gravísima carga de trabajos exigentes y peligrosos ya que de esta manera se les devolverían aquellas horas absolutamente irremplazables, de la niñez para que puedan jugar, estudiar y vivir.

Dando vida a estas normas fundamentales, actuando de forma eficaz para hacer disminuir la carga de la deuda, creando una faz más humana para el sistema comercial mundial y para la economía mundializada y terminando con las peores formas de trabajo infantil, estaremos dando a nuestros hijos el siglo XXI que se merecen.

Estas son épocas de esperanza, las generaciones anteriores trataron, en primer lugar, de redimir los derechos de los trabajadores, en una época de tiranía organizada y una guerra mundial. Nosotros tenemos la posibilidad de hacer un mundo próspero, más unido, más humano, que nunca antes y, al hacerlo, podemos cumplir con los sueños de los fundadores de la OIT y justificar las luchas de los que pelearon para organizarse y quienes se sacrificaron por la libertad, la justicia y la igualdad en el lugar de trabajo.

Tenemos la inmensa suerte de que en esta época, que es la nuestra, se nos ha dado esta oportunidad única, de que el siglo XXI sea un período de abundancia y de éxitos para todos. Puesto que podemos hacerlo, debemos hacerlo. Esto es algo que les debemos a nuestros hijos, y es un objetivo que se merece este milenio.


Para mayor información, dirigirse al Servicio de Relaciones Oficiales (REL OFF) al Tel: +41.22.799.7732 or Fax: +41.22.799.8944 o por correo electrónico: RELOFF@ilo.org


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