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I. Globalización y ajuste estructural en América Latina
Los países de América Latina y el Caribe atraviesan por un doble proceso que está afectando de manera importante no sólo el comportamiento de sus economías sino también la composición de la estructura productiva. Se trata, por una parte, del proceso de apertura y mayor integración a la economía global y, por otra, del proceso de ajuste necesario para recuperar y mantener los equilibrios macroeconómicos y adecuarse a los cambios en la economía internacional. Ello implicó que el proceso de globalización e integración económica fuera acompañado en la mayoría de los países por dos procesos adicionales de privatización y desregulación de los mercados.
1. La apertura e integración económica
La acelerada integración de los países de América Latina a la economía mundial operada en la presente década ha transitado por cuatro vías principales. La primera es la multilateral, ya que los países de América Latina se han adherido sin excepciones a los resultados de la ronda Uruguay de negociaciones del GATT y la mayoría de ellos ya han ratificado su incorporación a la Organización Mundial de Comercio. Ello implica comprometerse con el objetivo de alcanzar un comercio más libre, con menos barreras y con acceso más fácil a los mercados mundiales.
La segunda vía, que aunque menos destacada es quizás la más importante, la constituye la reducción unilateral de aranceles, la que no ha tenido precedentes en la historia económica de este siglo. Tomando como ejemplo las economías de mayor tamaño se observa que desde el momento en el que se inició la apertura económica y la actualidad, el arancel promedio se ha reducido a niveles que equivalen entre la mitad y la décima parte del nivel existente al inicio de la apertura. De igual modo, los tramos arancelarios se han reducido a un mínimo de 1 en el caso de Chile y un máximo de 7 en el de Brasil, cuando al inicio de la apertura los tramos oscilaban entre un mínimo de 10 en México y un máximo de 57 y 56 en Chile y Perú respectivamente. Esta reducción de los niveles de protección efectiva es mayor aun si se considera el atraso cambiario registrado en la mayoría de los países durante el período de ajuste, simultáneo al de apertura.
La tercera vía para la integración la constituyen los cada vez más numerosos acuerdos bilaterales de libre comercio. Al finalizar 1994 estaban vigentes 30 acuerdos de libre comercio entre países de la región. Son acuerdos donde hay una rebaja arancelaria de carácter temporal, por lo general entre dos y cinco años; son renovables y, si bien no se eliminan los aranceles, la rebaja es significativa para un porcentaje alto del comercio entre los países.
Finalmente, la cuarta vía, y una de las más dinámicas, la constituyen los acuerdos de integración multi-país. Se ha reactivado los viejos esquemas de integración, como el Grupo Andino, el Mercado Común Centroamericano y el CARICOM y aparecieron nuevos esquemas como el NAFTA y el MERCOSUR, que estableció un programa de liberalización comercial que el 31 de diciembre de 1994 eliminó los gravámenes y demás restricciones aplicadas en su comercio recíproco, salvo para una lista de excepciones en las que el plazo se prolongó hasta el 31 de diciembre de 1995. El MERCOSUR ha establecido, además, un arancel común bajo con terceros países y con dispersión reducida (entre 0% y 20%, con 11 niveles arancelarios y una lista de excepciones). El Mercado Común Centroamericano, por su parte, ha establecido un arancel externo común del 5%, mínimo, y del 20%, máximo. De igual modo, la Comunidad Andina ha fijado un arancel mínimo y máximo igual al centroamericano, si bien con una lista de productos para la generación y distribución de energía eléctrica, salud, educación, medios de comunicación masiva, pesca y transporte marítimo que pueden ingresar sin pago de aranceles (Decisión 370).
En la actualidad está en proceso un nuevo esquema de integración multi-país que involucra a toda la región. Se trata del Area de Libre Comercio de las Américas, acordada en la Cumbre Presidencial de Miami en diciembre de 1994 y ratificada en la II Cumbre Presidencial de Santiago en 1998, que plantea concretarse antes del año 2005.
Varios factores explican esta aceleración en la dinámica integracionista en América Latina. Al contexto mundial de globalización se agregan al menos tres consideraciones más específicas. Primero, existe una mayor homogeneidad entre los países, tanto desde el punto de vista político -prácticamente todos los países de la región están bajo regímenes democráticos-, como por la mayor homogeneidad en el manejo de las políticas económicas. En particular, la mayoría de los países ha alcanzado un cierto equilibrio macroeconómico de corto plazo, lo que permite trasladar la preocupación hacia el crecimiento. Ello requiere, a su vez, la expansión de los mercados. Esta es la segunda causa que torna a la integración más atractiva, porque la reactivación económica ha sido tenue y existe preocupación en los distintos países en cómo convertirla en duradera. Por cierto, la ampliación de los mercados mediante el comercio es una vía importante para alcanzar este objetivo. Por último, es importante destacar la tendencia mundial de formación de bloques, que en el caso de la Región tuvo sanción política con la Iniciativa de las Américas, lo que legitimó una tendencia que se estaba ya produciendo en otras partes del mundo y con carácter más limitado en la propia Región.
2. El ajuste estructural
Como ya se señaló, el proceso de integración y globalización ha estado acompañado en prácticamente todos los países de un proceso de ajuste estructural orientado tanto a estabilizar los precios internos como a reestructurar el sistema productivo nacional. Para ello, el ajuste se ha centrado en tres campos o áreas. Primero, en la recuperación de la estabilidad de precios mediante la restricción en el crecimiento de la demanda interna; restricción operada a través de políticas salariales, fiscales y monetarias. Segundo, en la desregulación del funcionamiento de los mercados de bienes y servicios, de capitales y de trabajo. Para ello se han aplicado medidas de desgravación arancelaria, así como de eliminación de cuotas a las importaciones, de otorgamiento de garantías a la inversión extranjera y a la repatriación de utilidades y de flexibilización de las normas laborales, especialmente en materia de relaciones individuales de trabajo. Tercero, en la reorganización de la estructura y actividades del Estado a través, principalmente, de la privatización de empresas y servicios públicos y, en algunos países, de una importante reducción del empleo en las instituciones del Gobierno central.
Ambos procesos paralelos (apertura comercial y ajuste estructural) si bien utilizan políticas específicas en cada campo, también recurren a la utilización de algunos instrumentos de política económica comunes, por lo que no siempre es fácil discriminar los efectos de cada uno de ellos sobre el mercado de trabajo. Así, la mayor apertura comercial y financiera genera un aumento del flujo de capitales externos, y el aumento de reservas derivado de este mayor flujo, junto con la mayor competencia derivada de la apertura, permiten utilizar el tipo de cambio como ancla de los precios internos y, por esta vía, para la reducción de la tasa de inflación. En todos los casos, el efecto de estas políticas ha sido una fuerte apreciación de la tasa de cambio real.
Como consecuencia de la apreciación cambiaria y de la propia reducción de los niveles de protección, se genera un aumento de las importaciones y del déficit comercial y en cuenta corriente de la balanza de pagos, con lo que, de reducirse el flujo de capitales foráneos, reaparece la restricción externa que estaba en el origen de la crisis. La superación de esta nueva restricción externa lleva a algunos países a adoptar políticas bien de devaluación cambiaria, bien de contracción salarial, bien de reducción del nivel de empleo e incluso, en algunas ocasiones, medidas proteccionistas (aunque no de la envergadura de las anteriores a la apertura) a contravía de la propia estrategia de globalización.
II. Los principales efectos laborales y sociales de la globalización y el ajuste estructural
Como se indicó, no es fácil discriminar los efectos que sobre el mercado de trabajo y sobre la sociedad en general tiene el proceso de globalización del que tiene el proceso de ajuste estructural. Además, en países grandes como Brasil el peso del mercado interno es tan grande que su incidencia sobre el comportamiento del mercado de trabajo "diluye" en parte la incidencia de la propia apertura económica. Aún así, se intenta discriminar a continuación los que serían los principales efectos laborales y sociales de ambos procesos.
La reducción o eliminación de las barreras arancelarias y parancelarias a las importaciones debiera producir en cada país un abaratamiento relativo del precio de los bienes importables, lo que daría lugar a, por el lado de producción, una reasignación de factores hacia los sectores exportadores y, por el lado del consumidor, una reasignación del gasto hacia bienes importados que son ahora más baratos que antes de la apertura como resultado de la desgravación producida en el propio país. En consecuencia, el aumento de las exportaciones debiera tener un efecto positivo sobre el empleo, mientras que el abaratamiento relativo de los bienes importables debiera tener un efecto positivo sobre el ingreso real de las personas.
Otro efecto esperado de la liberalización del comercio exterior es que debería generarse un aumento en el precio relativo de los bienes intensivos en mano de obra no calificada provenientes de los países en desarrollo y ello daría lugar, a su vez, a un aumento de la demanda relativa por estos trabajadores. Este argumento se fundamenta en el hecho de que los países en desarrollo exportan a los países desarrollados bienes relativamente intensivos en mano de obra no calificada (que es el factor más abundante) mientras que importan bienes relativamente intensivos en mano de obra calificada (el factor más escaso). La liberalización del comercio aumentaría entonces la demanda de mano de obra no calificada en los países en desarrollo, disminuiría la de mano de obra calificada, ambas en términos relativos, y reduciría el diferencial salarial entre los dos tipos de trabajadores.
Sin embargo, en el corto plazo, el aumento del empleo resultante de una expansión de la actividad exportadora podría ser contrarrestado por una reducción del empleo en los sectores que producen bienes que compiten con los importados, ya que la propia necesidad de competir en un mercado interno ahora menos protegido los obliga a aumentos de productividad que, al menos en un primer momento, descansan en gran medida en una reducción del empleo en dichos sectores. El efecto neto sobre el empleo que tendrá la apertura económica dependerá entonces de, por una parte, el comportamiento de la demanda de empleo en ambos sectores transables (exportador y competitivo con importaciones) así como en los no transables (construcción y servicios) y, por otra, de la propia dinámica de la oferta laboral.
El ajuste económico, por su parte, también provoca efectos sobre el empleo, ya que se espera una reducción del empleo público total, derivado, especialmente, de la privatización de empresas públicas. Sin embargo, esta reducción no necesariamente conllevará a una reducción del empleo total –público y privado- si es que las empresas privatizadas mantienen el mismo volumen de trabajadores previo a la privatización, sea con contrato directo sea con subcontrataciones.
De igual modo, la flexibilización de la normativa laboral en materia de relaciones individuales de trabajo, como medio para la liberalización del funcionamiento del mercado laboral, debiera provocar una mayor demanda relativa por trabajadores con contrato temporal y una menor por trabajadores con contrato indefinido, con el consiguiente cambio en la composición del empleo asalariado.
Esta heterogénea evolución de la demanda de mano de obra, tanto entre sectores –transable y no transable, público y privado- como entre niveles de calificación y modalidades de contratación, tendrá sin duda consecuencias sobre el comportamiento del salario medio en cada uno de dichos sectores, niveles y modalidades y, por lo tanto, sobre los diferenciales salariales entre ellos.
En efecto, dado que los sectores que se orientan hacia la exportación deben ofrecer productos de mayor calidad, se espera que debido a la liberalización del comercio se produzca un diferencial de precios entre los productos exportables y los productos destinados al mercado interno, los que estarían acompañados por salarios en el sector exportador relativamente mayores que en los demás sectores. Al ser en el sector exportador en el que se genera un mayor aumento de la demanda de trabajadores no calificados, se produciría entonces una expansión de sus salarios en comparación con el salario de los trabajadores calificados. Como consecuencia, la liberalización debería tender a reducir la dispersión salarial entre sectores y entre niveles de calificación. De igual modo, la mayor demanda por trabajadores con contrato temporal debería producir un aumento de los salarios relativos de este tipo de trabajadores con la consiguiente reducción del diferencial salarial respecto de los trabajadores con contrato indefinido. Este comportamiento reforzaría, además, la reducción del diferencial salarial entre no calificados y calificados dado que se espera que sean los menos calificados los que son contratados por tiempo determinado.
Por otra parte, la reducción de la tasa de inflación resultante del proceso de ajuste macroeconómico genera un aumento de la demanda agregada, por dos vías. La primera mediante la transferencia de ingresos hacia los grupos sociales más afectados por la alta inflación. La segunda, mediante el cambio de precios relativos entre bienes transables y no transables; cambio que opera en favor de estos últimos. En ambos casos, las transferencias provocan un aumento de los ingresos de los grupos relativamente más pobres de la población.
En consecuencia, cuatro son los principales efectos laborales que se esperan de la apertura comercial y la integración económica. En primer lugar, un crecimiento insuficiente del empleo y aumento del desempleo. En segundo lugar, cambios en la estructura del empleo; cambios que se manifiestan en reducción del empleo público y una pérdida de importancia del Estado como principal empleador, en un aumento del empleo privado, especialmente en los sectores exportadores y en los no transables, lo que compensaría la posible reducción del empleo en los sectores transables competitivos con importaciones, en un aumento del empleo privado con bajo nivel de calificación y con contrato temporal y en una expansión del sector informal. En tercer lugar, un aumento de la productividad, especialmente en los sectores productores de bienes y servicios transables. En cuarto lugar, un aumento del ingreso real de las personas y una reducción de los diferenciales salariales entre trabajadores calificados y no calificados, entre trabajadores temporales e indefinidos y entre trabajadores en sectores transables y no transables.
El análisis efectuado por la OIT en algunos países de la región
1 sobre la evolución del empleo, la productividad y los salarios tras la apertura muestra un comportamiento que se repite en los diferentes países.a) En relación al crecimiento del empleo
- El empleo total (público y privado) ha aumentado a tasas inferiores a las de la oferta laboral, con el consiguiente aumento del desempleo. Este afectaba al 5.7% del total de la PEA urbana de la región en 1990 elevándose a 6.1% en 1993 y 7.2% en 1997.
b) En relación a la estructura del empleo
- En materia de empleo público se observa una reducción del mismo, especialmente en las empresas e instituciones que no corresponden al Gobierno Central. Así, durante el período 1990-1996 el empleo público pasó de representar el 15.3% del empleo total en la región en 1990 al 13% en 1996.
- En materia de empleo privado se observa una reducción del mismo en los sectores de producción de bienes y servicios transables que compiten con importaciones y un aumento en el de los no transables. Sin embargo, el aumento del empleo en los sectores no transables se basó en gran medida en nuevos empleos de mala calidad generados en el sector informal. Incluso, la reducción del empleo en los sectores transables competitivos con importaciones habría sido mayor si la caída del nivel de empleo en las empresas medianas y grandes no hubiese sido parcialmente compensada por un mayor nivel de empleo en las pequeñas y microempresas.
- Es más, no solo se ha reducido el empleo privado en los sectores transables sino que, además, se ha precarizado, tanto en las micro y pequeñas empresas como en las medianas y grandes. Así, considerando al agregado de la industria, la construcción y los servicios, la participación del empleo asalariado sin contrato en el empleo total asalariado de estos tres sectores en Argentina aumentó entre 1990 y 1996 en 11 puntos porcentuales, de los cuales 6 puntos correspondieron a las microempresas y 5 puntos a las empresas de mayor tamaño. El 47% de los nuevos empleos asalariados sin contrato se registraron en empresas de mayor tamaño, las que redujeron en proporción casi similar los trabajadores con contrato. En Chile, de los casi 1.5 puntos porcentuales en los que se incrementó la participación de los asalariados sin contrato en el total de asalariados privados de dichos sectores, la mayor parte correspondió a las microempresas. En Perú la participación de los trabajadores sin contrato en el total de asalariados privados en los mismos sectores aumentó en 11 puntos porcentuales, y todos ellos corresponden a las microempresas. Por el contrario, en Colombia, la participación de los asalariados privados sin contrato en el total de asalariados privados disminuyó en 6.5 puntos porcentuales, dos tercios de los cuales se debieron a las microempresas. En cuanto a los asalariados con contrato temporal, se observa que, tanto en Argentina como en Chile y Perú, todo el aumento neto del empleo asalariado con contrato registrado entre los diferentes períodos fue de empleos temporales, y en Colombia la tasa de aumento de estos últimos fue 1.3 veces que la de los contratos permanentes. Considerando tanto a los asalariados sin contrato como con contrato temporal, resulta que la proporción de los mismos aumentó en más de 12 puntos de por ciento en Argentina, en 6.5 puntos en Chile, y en alrededor de 23 puntos en Perú, mientras que en Colombia se redujo en algo más de cinco puntos porcentuales.
c) En relación a la productividad del trabajo
- En materia de productividad del trabajo se observa un importante aumento de esta en los sectores transables y menor en los no transables. El fuerte aumento de la productividad en los sectores transables se debe tanto al crecimiento de la producción como a la reducción del empleo y al rezago cambiario.
d) En relación a los ingresos provenientes del trabajo
- En materia de salarios no se observa una reducción de los diferenciales salariales sino más bien un aumento, como consecuencia del mayor incremento de los salarios reales de los trabajadores más calificados, especialmente en los sectores transables donde más se redujo el nivel de empleo.
Estos efectos generan consecuencias sociales y laborales tanto positivas como negativas. En el aspecto positivo, la consecuencia más significativa es, sin duda, la relativa recuperación de la capacidad adquisitiva de la población como consecuencia del abatimiento de la inflación, lo que, junto con el aumento del empleo de baja calificación en los sectores no transables y de exportación, explica la reducción de la pobreza en muchos países de la región.
En el aspecto negativo, las principales consecuencias son el aumento del desempleo así como el importante aumento del empleo de mala calidad y la precarización del empleo asalariado, junto con el negativo comportamiento de los diferenciales de ingreso han generado una situación social que, en muchos países, y al contrario de lo esperado, gira en torno a tres elementos claramente negativos. El primero de ellos es la recurrente inestabilidad e inseguridad laboral. En la actualidad, gran parte de los trabajadores no saben cuanto tiempo conservarán su empleo, no saben cuanto tiempo tardarán en conseguir un nuevo empleo en caso de perder el actual y, de darse esa circunstancia, no saben como podrían mantener a su familia, dada la ausencia en la mayoría de los países de un sistema de protección frente al desempleo con amplia cobertura.
El segundo elemento lo constituye la creciente desigualdad entre la población laboral. Desigualdad en materia de productividad e ingreso, de protección laboral, de protección social y, muy en particular, de posibilidades de negociación. El crecimiento del empleo informal de muy baja calidad así como del empleo precario (asalariados con contratos de corta duración o sin contrato), lo que no es ajeno al relativo debilitamiento de la organización sindical, hace que un gran contingente de trabajadores vean restringidas, sino anuladas, sus posibilidades de intervenir en la negociación de la orientación que adopten los cambios en curso.
Finalmente, el tercer elemento, derivado de los dos anteriores, viene dado por la creciente diferenciación social que se manifiesta en los altos porcentajes de población socialmente excluida al ver restringidas al máximo sus posibilidades de acceder a empleos de calidad, a educación calificada, a adecuados servicios de salud, al desarrollo cultural, al sistema de representación política y gremial, etc.
Se asiste, por tanto, a una situación paradójica. Mientras los indicadores macroeconómicos y macrosociales muestran tasas de crecimiento económico relativamente altas y positivas, así como importantes aumentos de la inversión (interna y externa), recuperación de las reservas de divisas, bajas tasas de inflación, modernización de los servicios públicos, bajo nivel (con excepciones) de desempleo y modesta recuperación de los salarios, gran parte de la población se siente más insegura respecto al futuro y percibe que la desigualdad social ha aumentado, incrementándose el contingente de los socialmente excluidos.
Superar esta paradójica situación no implica regresar a las políticas del pasado sino más bien enfrentar con éxito el conjunto de nuevos retos y desafíos que se derivan no solo de la globalización y la integración económica sino también de las características de ajuste macroeconómico aplicado, poniendo como objetivo de la globalización el logro de un mayor desarrollo humano.
III. Los desafíos laborales que plantean las nuevas condiciones laborales resultantes
de la globalización y el ajuste estructural
Es indudable que los beneficios de la globalización y de la reestructuración productiva no podrán ser orientados adecuadamente hacia el desarrollo humano y el progreso social si es que no se logra superar progresivamente los problemas antes señalados de alta inseguridad e inestabilidad laboral, de creciente desigualdad y de una menor cohesión social. Para superar estos problemas es necesario, por una parte, aumentar la productividad y los ingresos de las empresas y de los trabajadores como vía para generar empleo de calidad y lograr un mayor bienestar y, por otra, desarrollar –y en algunos casos generar- sistemas que otorguen a los trabajadores seguridad laboral y protección social.
El aumento de la productividad sigue un proceso con dos fases claramente definidas. Durante la primera, las empresas, enfrentadas a la necesidad de ajustarse a la mayor apertura en el corto plazo, aumentan la productividad recurriendo a una reducción del costo laboral resultante de menor empleo, menor salario y menor protección social. La segunda fase, de más largo plazo, consiste en la utilización de nuevas y más modernas tecnologías tanto de organización del trabajo como de procesos y equipos. Esta última fase, sin embargo, requiere para ser exitosa de trabajadores adecuadamente remunerados, con niveles mínimos de estabilidad y protección, con incentivos laborales –especialmente en materia de capacitación- y con posibilidades de negociar con la empresa estrategias conjuntas de aumento de productividad y de distribución equitativa de los beneficios que de ello se deriva.
El desarrollo de los sistemas de protección social, por su parte, requiere tanto la extensión de la cobertura de los actuales sistemas de atención de la salud y de pensiones como la generación de sistemas de protección ante el desempleo, en especial de aquellos trabajadores afectados por los procesos de reconversión o de adaptación de las empresas a las cambiantes condiciones del mercado.
El logro de una mayor productividad sin precarización laboral y hacia mejores y más amplios sistemas de seguridad laboral y protección social obliga a enfrentar nuevos desafíos en el campo laboral. Estos nuevos desafíos para el mundo del trabajo son, básicamente, los seis siguientes.
1. Crecimiento económico derivado de la expansión del comercio
acompañado por progreso social.
Existe un debate en curso sobre la distribución social de los beneficios económicos de la liberalización del comercio. Reconocida la no automaticidad del proceso, se discute si se deben regular los aspectos laborales que inciden en el comercio internacional y cómo hacerlo. Ello constituye el primer desafío que se deberá enfrentar para sentar las bases para que la expansión del comercio vaya acompañada de progreso social.
El debate en torno a este nuevo desafío se inició hacia fines de la "ronda Uruguay" de los acuerdos del GATT. El tema fue abordado desde el comienzo en el seno de la OIT y, posteriormente, tanto la Cumbre Social de 1995 como la reunión de Ministros de Comercio de 1996 avanzaron en ratificar el compromiso de crear empleo en un marco de respeto de los derechos fundamentales de los trabajadores y de la responsabilidad principal de la OIT en el seguimiento y promoción del cumplimiento de dichas obligaciones.
El análisis efectuado por la propia OIT permitió también avanzar en el tratamiento del tema y alcanzar acuerdos entre los constituyentes de la organización. El primero fue el de posponer indefinidamente el abordaje del tema de una «cláusula social» que vinculase las sanciones comerciales con las violaciones de derechos laborales. El segundo consistió en establecer dos principios fundamentales. Por un lado, la no expansión del comercio sobre la base de la violación de los derechos fundamentales de los trabajadores; y por otro, la no igualación de los salarios y condiciones de trabajo entre países de distinto nivel de desarrollo.
A partir de estos acuerdos básicos se avanzó en definir con precisión los derechos fundamentales del trabajo, los que corresponden a los principios de libertad de asociación y de negociación colectiva, la prohibición de trabajo esclavo, la erradicación progresiva del trabajo infantil y la no discriminación incorporados en los convenios fundamentales del trabajo de la OIT. Esta identificación fue sancionada a nivel mundial en la Cumbre Social e incorporada como compromiso universal en el Plan de Acción suscrito por todos los países del orbe.
A su vez, la OIT, en cumplimiento del mandato renovado recibido de sus Estados Miembros, buscó reforzar sus mecanismos de seguimiento para responder de una manera más efectiva a dichos mandatos. Para ello se transitó por una doble vía. La primera, fue poner en marcha una campaña de ratificación de los convenios fundamentales. La segunda consistió en buscar una reafirmación solemne de los principios involucrados, aun por parte de los países que no estén en condiciones de ratificar los convenios internacionales respectivos.
Como resultado, los constituyentes de la OIT adoptaron durante la Conferencia Internacional del Trabajo de junio de 1998 una «Declaración relativa a los principios y derechos fundamentales en el trabajo y su seguimiento».
No se trata con esta Declaración de convertir en aplicables los convenios fundamentales no ratificados, sino de reafirmar la lógica de los compromisos con los valores y principios en ellos considerados. Ella genera un doble compromiso. Por un lado, de los Estados Miembros en promover los principios y, por otro, de la OIT en asistirlos en esta tarea por diversos medios, incluida la cooperación técnica. La racionalidad es promover y evaluar el progreso en la aplicación de los principios básicos y no el control de la conformidad de la ley y la práctica con las provisiones de las convenciones respectivas. Se diseñará, entonces, un mecanismo ad hoc que permitirá el seguimiento de los avances en el cumplimiento de los principios básicos.
La ratificación universal de las normas fundamentales del trabajo contenidas en la Declaración así como el diseño y puesta en marcha de un adecuado mecanismo de "seguimiento promocional" de la aplicación de dichas normas, constituye, por tanto, uno de los desafíos a enfrentar para asegurar que el crecimiento económico, que será favorecido por la globalización, contribuya a "asegurar la equidad, el progreso social y la erradicación de la pobreza".
Adicionalmente al debate en el seno de la OIT y de la OMC, así como a la Declaración adoptada por los constituyentes de la OIT, existen ya mecanismos que están siendo aplicados en el ámbito multilateral para establecer una relación entre el comercio y los aspectos laborales.
Primero, existe un mecanismo en el marco del Sistema Generalizado de Preferencias (SGP), por el cual los Estados Unidos pueden aplicar sanciones comerciales a países con tratamiento preferencial en caso de incumplimiento de ciertos principios básicos en el campo laboral, previa investigación involucrando al socio comercial afectado. Es éste un instrumento de aplicación unilateral que puede conllevar a sanciones comerciales. Al otro extremo, existe la Carta Comunitaria Europea que es de aplicación multilateral y no conduce a sanciones comerciales. Más aún, una decisión reciente de la Comunidad Europea permite la vinculación de manera inversa. Esto es, incentivar con rebajas arancelarias a los socios comerciales que respeten los derechos básicos de los trabajadores. En alguna medida, la idea de carta social ha entrado también en el debate en el marco de MERCOSUR. Existe, por último, una opción intermedia incorporada al acuerdo de NAFTA por medio del memorándum complementario referido a los temas laborales. Si bien el mismo puede llegar a sanciones, ello sólo puede hacerse en casos muy calificados y después de un proceso de cooperación donde el énfasis está en resolver los problemas mediante la colaboración entre las partes contratantes.
La Carta Comunitaria Europea suscrita en 1989 busca definir un orden social. Para ello introduce programas de cooperación y de capacitación para generar empleo y para disminuir las diferencias regionales. Facilita la movilidad de trabajadores de un país a otro, armoniza la legislación laboral, la negociación colectiva y los sistemas de clasificación. Incluye doce categorías de derechos, los cinco básicos ya incluidos en el SGP pero, además, agrega el libre movimiento de personas, la armonización de las condiciones de trabajo, la protección social de acuerdo a cada país, la protección en salud y seguridad, la capacitación para todos, la protección para los discapacitados para su integración plena e información y consulta con los trabajadores. Es una declaración fundamentalmente política, de adhesión voluntaria, sin sanciones, y sólo fija pautas de carácter general.
MERCOSUR también se está moviendo en esa dirección. Existía una subcomisión del antiguo Subgrupo 11 que examinó los temas de armonización en lo laboral, previsión social, salarios y empleo. La metodología adoptada por ese Grupo fue sido seleccionar 21 convenios de la OIT y tratar que los cuatros países miembros de MERCOSUR ratifiquen esos convenios y tengan un cuerpo básico de doctrina homologada. La lista de convenios recoge aquellos que en su gran mayoría han sido ratificados. Por otro lado, los trabajadores de los países de MERCOSUR han propuesto una carta social más amplia, al estilo europeo, pero hasta la fecha no ha sido acogida por los gobiernos. En julio de 1998, el Subgrupo 10 inició la discusión de un posible acuerdo sobre los derechos (individuales y colectivos) de los trabajadores de la subregión que recoge en parte el contenido de la Carta propuesta por los trabajadores.
En el Nafta los memoranda complementarios (laboral y ambiental) no son parte del acuerdo principal y ponen énfasis en los mecanismos de consulta y de cooperación entre las partes contratantes, bajo el supuesto de que existe el objetivo compartido de progreso social y que no se efectúa esta alianza para expandir el comercio sobre la base de la explotación de sus trabajadores. El otro supuesto, basado en la realidad, es que los principios básicos ya están incorporados en las legislaciones nacionales de los tres países, mientras que su grado de cumplimiento es variable según el nivel de desarrollo de los mismos y no obedece a una acción deliberada para evadirlas.
2. No discriminación de migrantes y transferibilidad de calificaciones y de derechos de protección social.
Un mundo más globalizado e integrado está conduciendo a un mayor movimiento de personas entre países. Se facilitan las comunicaciones y la información fluye de manera casi instantánea, lo que genera el traslado de personas, muchas de ellas en la búsqueda de nuevas oportunidades de empleo. Se genera así una serie de demandas que se suman a las tradicionalmente existentes, pero que por su aumento cuantitativo, constituyen nuevos problemas que requieren respuestas.
Conviene distinguir para los propósitos del análisis, las migraciones ilegales de las que se efectúan cumpliendo con los requisitos legales. Las primeras han ido en aumento, no sólo del sur al norte, sino entre países del sur y no sólo entre países limítrofes. Su aumento genera un doble problema. Por un lado, el migrante ilegal constituye un contingente importante de los excluidos, sea porque se inserta laboralmente de manera precaria y sin protección, sea porque no tiene acceso garantizado al mínimo de servicios sociales provistos por el Estado a todos sus ciudadanos. A ello se agrega en algunos países la inseguridad personal y familiar a la que están sometidos los migrantes ilegales como resultado de la acción policial. Hay por ello necesidad de avanzar en la regularización de la situación migratoria, como paso previo a la inclusión social y laboral de los mismos. Por otro lado, el migrante ilegal se inserta laboralmente sin recibir los beneficios de las leyes laborales del país y, generalmente, aceptando remuneraciones inferiores a las prevalecientes.
En relación con los migrantes legales, los que en alguna medida también se encuentran en situaciones similares de exclusión que los anteriores, cabe efectuar tres alcances que requerirán respuestas. El primero, de carácter general, se refiere al cambio en la estructura de los migrantes y, particularmente, a su efecto sobre las relaciones laborales. El segundo, más específico, guarda relación con la aceptación por parte de los países de la certificación de las calificaciones adquiridas en terceros países. El tercero se refiere a la necesidad de asegurar la continuidad en la protección de la seguridad social para los trabajadores que migran.
La protección de los migrantes requiere de coordinación internacional, tanto por la diversidad creciente de regímenes entre países (producto de las reformas recientes), como por su concepción tradicional referida a la ocupación en el territorio de un país y, más aún, en un puesto de trabajo durante su vida ocupacional. En un marco de mayor movilidad ocupacional, tanto dentro como entre países, el sistema no promueve sino que penaliza dicha movilidad.
Los acuerdos de integración que contemplan la libre circulación de trabajadores hacen necesario armonizar las políticas de seguridad social sobre la base de cuatro principios básicos: a) la igualdad de trato entre nacionales y no nacionales en materia de seguridad social; b) la formal determinación de la legislación de seguridad social que sea aplicable; c) la conservación de derechos adquiridos o en curso de adquisición; y, d) la posibilidad de efectuar el pago de prestaciones en un territorio extranjero. De estos cuatro principios básicos, el primero y el tercero (igualdad de trato y conservación de derechos) se refieren al aspecto medular del problema, ya que los otros dos (legislación aplicable y procedimientos de pago) dependen en gran medida de cómo se solucionen los dos primeros.
3. Políticas de empleo y salarios en economías más interrelacionadas
La integración a la economía mundial por sus distintas vías afecta la capacidad de cada país de introducir políticas económicas de manera autónoma. Las condicionantes externas pasan a constituir factores claves en el diseño y la aplicación de las mismas. Ello es claramente así en relación a las políticas de empleo y salarios. En el pasado, economías protegidas y cerradas gozaban de autonomía y el empleo dependía principalmente de la evolución de la demanda efectiva la que, a su vez, era susceptible de ser manejada mediante políticas fiscales y monetarias. En un contexto keynesiano, el empleo podía aumentar si la demanda se expandía como consecuencia de una expansión del gasto público. La contrapartida se reflejaba en tasas de inflación mayores, pero que se procesaban internamente mediante redistribuciones entre ganancias y salarios. En la situación actual, los aumentos de precios afectan la competitividad y las posibilidades de crecimiento y con ello, las de creación de empleo de manera más directa. Situación similar ocurre con la determinación de los salarios, donde el traslado de aumentos salariales a los precios podía procesarse mediante cambios en la demanda y su distribución. En la actualidad la mayor apertura introduce restricciones para que ese traslado se pueda hacer sin afectar la competitividad.
Como resultado, el tercer desafío consiste en rediseñar las políticas de empleo y salarios que se adecuen al nuevo contexto estructural. La política de empleo debe reconocer las limitaciones de expandir el empleo mediante aumentos espúreos de la demanda y poner énfasis en la expansión de la capacidad de competir, lo que significa aumentar la productividad y reducir los costos de producción. La expansión de la productividad requiere invertir en el desarrollo de los recursos humanos, reestructurar la producción y concebir estrategias de productividad de largo plazo que superen la estrategia de corto plazo basada en reducción de costos, principalmente de disminución de empleo.
La política de salarios debe buscar acercar los reajustes salariales a las variaciones de la productividad. Ello implica, en muchos casos, revisar las formas de negociación colectiva en una tendencia a descentralizarlas para permitir una mayor flexibilidad de la estructura salarial y no para afectar el poder de negociación de los sindicatos. Asimismo, se requiere introducir aspectos vinculados al aumento de la productividad en la negociación colectiva (como la capacitación), y vincular las remuneraciones a los resultados (mediante participación en los beneficios).
Ahora bien, el énfasis en el aumento de la productividad en los sectores más organizados y la asociación más estrecha de las remuneraciones con los mismos trae aparejado (como está ocurriendo), un aumento de las desigualdades. Se requerirá, entonces, concebir políticas que permitan trasladar los beneficios hacia el resto de la población y, principalmente, incorporar a las actividades informales y en pequeña escala al esfuerzo de modernización, lo mismo que compensar por la vía de la política social a aquellos grupos más vulnerables que van quedando rezagados durante dicho proceso.
4. Flexibilidad, costos laborales y productividad sin precarización
El cuarto desafío consiste en alinear los costos nacionales con el comportamiento de la productividad, a los efectos de aumentar la competitividad internacional. Como ya se señaló, la vía escogida por gran parte de las empresas en la región para reducir los costos nacionales consistió en reducir los costos laborales. Ello se persigue en la actualidad de dos maneras: mediante la rebaja de los costos de contratación, principalmente de los no salariales, y mediante la flexibilización de las modalidades de contratación y de las causales de despido. En este planteamiento son los costos laborales los que restringen el desarrollo de las exportaciones y, por lo tanto, la generación de empleo a nivel nacional.
Dicha flexibilización de las modalidades de contratación se ha orientado en dos direcciones principales. La primera es abrir opciones al contrato de trabajo por tiempo indeterminado mediante la introducción de contratos de promoción del empleo y de formación y de contratos temporales y ocasionales. La segunda es facilitar el despido y disminuir su costo eliminando la obligación de reintegración en caso de despido injustificado, afectando las indemnizaciones, facilitando el despido por causas económicas, introduciendo los ceses colectivos.
Como ya se señaló en la sección II, la primera vía ha significado que la creación de nuevos empleos se concentre no sólo en formas contractuales atípicas sino también en empleos no registrados. Este crecimiento acelerado de los asalariados con contrato temporal y sin contrato conlleva la precarización de la relación laboral, lo que a su vez se traduce en desprotección, falta de incentivos para la inversión en capacitación y menor compromiso con el aumento de la productividad.
Sin embargo, las evidencias existentes sobre el bajo nivel de salario y costo laboral por hora trabajada (en relación a los niveles de países más desarrollados) sugieren que el problema de competitividad no es tanto de salarios y costos laborales, sino de baja productividad, la que sin duda está asociada, entre otras causas, a la precariedad laboral en aumento. En relación a los costos salariales y laborales
2 , se deben tener en cuanta las siguientes evidencias observadas en los últimos años. Primero, los salarios mínimos en América Latina están ahora en un nivel más bajo que el que estaban hace 17 años, mientras que los salarios industriales están prácticamente en el mismo nivel de 1980. Segundo, los niveles absolutos de salarios por hora en la industria manufacturera en 1997 eran de menos de 1.5 dólares en países como Colombia, México y Perú, de 2.5 dólares en Chile, 3 dólares en Brasil y algo más de 4 dólares en Argentina. En Corea, país que se asocia generalmente a exportaciones en base a mano de obra barata, el salario por hora era de casi 7 dólares, en los Estados Unidos de 13 y en Alemania de 153. En los países de la región, los costos laborales totales por hora trabajada, en el caso de un trabajador con contrato de duración indefinida, se mantenían en 1997 en algo más de 6 dólares en Argentina, en 5.4 dólares en Brasil, en 3.5 en Chile y en alrededor de 2 dólares en Colombia y Perú. Estos costos son menores aun, en el caso de los asalariados sin contrato y con contrato temporal. (Gráfico 2). Similar relación se observa en el resto de sectores económicos.
En este contexto de salarios bajos, las propuestas de reducción de costos se han focalizado en la rebaja de las cargas laborales no salariales y, en particular, de los impuestos a la nómina para financiar vivienda (Perú) y capacitación (México y Brasil) y de las contribuciones a la seguridad social. Además, la reducción de cargas se complementa con la introducción de una mayor flexibilización en los contratos de trabajo.
En cuanto a la productividad, esta es baja, crece poco y se combina con las características del ajuste macroeconómico que son determinantes importantes de la competitividad. De hecho, tan importantes es determinar la evolución de la competitividad como los cambios del costo laboral. Los costos laborales, expresados en relación a su poder adquisitivo, es decir, en relación a lo que el trabajador puede comprar, han crecido menos que la productividad en todos los países, con la excepción de Chile. Pero si se consideran los costos que interesan al productor, es decir, en cuanto a la relación con los precios que obtiene por sus productos, estos costos laborales así expresados crecen más que la productividad. Lo mismo ocurre si los costos laborales se expresan en dólares.
Por ello, estos efectos, se relacionan también con el tipo de ajuste macroeconómico. Casi sin excepción, los países latinoamericanos registran rezagos cambiarios y por esa razón, los precios expresados en dólares siguen creciendo. Asimismo, en momentos de apertura se producen desajustes de precios internos. Se desaceleran más rápido los precios al productor que los precios al consumidor, y se produce entonces un conflicto de visiones entre trabajadores y empresarios que defienden, legítimamente, unos la capacidad de consumo y otros la capacidad de producción.
El análisis anterior no debe llevar a concluir que los costos laborales no importan, sino que el tema es más complejo que atribuir a los altos salarios o a los recargos sobre la nómina o a la rigidez en los contratos de trabajo, las dificultades para competir. Hay posibilidades para reducir costos laborales, como se ha estado haciendo en varios países por la vía de transformaciones en el régimen de seguridad social y, particularmente, por la reducción de costos que afectan a la mano de obra no calificada, que es donde se encuentra el mayor efecto potencial de generación de empleo. Pero no debe olvidarse que la prioridad debe estar también en aumentar la productividad y en corregir las consecuencias no deseables del tipo de ajuste macroeconómico vigente. Esto último supone optar por una vía distinta para lograr aumentos de productividad y empleo; es decir, por la via ya señalada de modernización tecnológica con mejores relaciones y condiciones de trabajo.
Pero no sólo en el sector moderno de la economía se plantea el desafío de aumentar la productividad y la competitividad, reduciendo la precariedad laboral y el desempleo. Este es mayor aún en el caso de las unidades productivas del sector informal o no estructurado de la economía. Uno de los efectos importantes de los procesos de apertura y globalización sobre la estructura ocupacional ha sido el debilitamiento de la participación de los sectores modernos en la generación de empleo. El moderado crecimiento económico, así como su inestabilidad, unidos a la reducción del empleo público han significado que en la mayoría de los países la expansión del empleo se ha concentrado en actividades informales (85 de cada 100 nuevos empleos), las que en la actualidad generan casi el 56% del total de empleos en la región.
Estas ocupaciones informales corresponden a actividades con reducida productividad e ingresos, en comparación con el promedio y con el nivel prevaleciente en los sectores modernos. En promedio, el nivel de ingreso de los informales es de alrededor del 62% del ingreso de los ocupados en el sector moderno. Además, en la mayoría de los países la brecha de ingresos entre ambos sectores creció en los últimos seis años (OIT, 1997e). Por último, como consecuencia del aumento del empleo informal se redujo el crecimiento de la productividad media tanto de los sectores productores de bienes como el de servicios, afectando la competitividad y, por tanto, la capacidad de crecimiento futuro.
5. Empleabilidad: movilidad ocupacional con oportunidades de reconversión laboral y sin pérdida de protección
La mayor competencia internacional lleva aparejada la necesidad de reconversión productiva para mantener los niveles de competitividad. Ello implica expansión y contracción de sectores y empresas, así como traslado de trabajadores entre ellas. Además, la búsqueda de una mayor eficiencia productiva en un marco de mayor inestabilidad de la demanda requiere de flexibilización, tanto de la producción como, principalmente, del proceso de trabajo.
Para los trabajadores, este nuevo escenario constituye un cambio dramático y costoso. De la carrera ocupacional centrada en un puesto de trabajo "de por vida", se ha pasado a una situación donde lo que prevalece de manera creciente es el cambio de ocupación, de empresas y de requerimientos de calificaciones. El costo asociado a este proceso es alto y, para muchos, lleva al desempleo, de larga duración en bastantes países, y a pérdidas de protección y de capacidades productivas.
Sin embargo, este proceso es en gran medida inevitable si la región quiere insertarse dinámicamente en la nueva economía internacional. El desafío, entonces, es cómo asegurar que en dicho proceso los trabajadores no se vean afectados y tengan la oportunidad de adaptarse a las nuevas condiciones. La respuesta debe buscarse en desarrollar la empleabilidad; esto es, en generar la capacidad necesaria para que los trabajadores puedan responder a las nuevas demandas laborales y, al mismo tiempo, sin pérdida de los niveles de protección social mientras dura la transición.
Para responder a este desafío es necesario articular políticas laborales que combinen las intervenciones activas con nuevas formas de protección social. Las primeras deberán dirigirse a generar la reconversión de calificaciones para los nuevos empleos, los que además crecientemente demandan menos especialización, pero más creatividad, iniciativa y versatilidad. En la práctica, esto está conduciendo al desarrollo de competencias básicas más que habilidades, lo que dota al trabajador de una base de conocimiento sobre el cual puede ir adaptándose a las necesidades. Ello, a su vez, presenta un desafío de vincular la educación con el mercado laboral y, en particular, aumentar la importancia de mejorar la calidad de la educación en su nivel primario que es donde se desarrollan las capacidades básicas. En definitiva, el primer componente es invertir en la recalificación con un nuevo enfoque y, posiblemente, en un marco institucional diferente.
Pero, la reconversión laboral debe estar acompañada también del mantenimiento de la protección social. Ello requiere adaptar los sistemas vigentes que protegen al empleo, a la nueva situación de proteger a los trabajadores independientemente de que deban cambiar de ocupación. De lo contrario, el trabajador afectado es penalizado por la pérdida de protección y carece de incentivos para sumarse voluntariamente a la transformación productiva. Nuevos sistemas ya vigentes en algunos países (Brasil, Colombia, Perú y propuestos en Argentina y Chile), sustituyen la indemnización por despido por la constitución de fondos individualizados que los trabajadores pueden retirar en el caso de despido o renuncia. Los mismos permiten mantener la protección durante el período de reinserción, sin pérdida de lo ya adquirido. Alternativa o complementariamente, se requerirá introducir seguros de desempleo y asegurar el acceso permanente a una red de protección básica en salud, educación y alimentación con independencia de su condición de ocupado.
En suma, el quinto desafío es buscar la empleabilidad, lo que hace necesario combinar la modernización de los sistemas de capacitación y formación con el mantenimiento de la protección en el marco de un sistema con mayor movilidad ocupacional.
6. Una nueva Administración del Trabajo
Las nuevas condiciones y desafíos generados por el proceso de globalización e integración económica obligan a revisar y adaptar los contenidos de la Administración del Trabajo en la región. Por una parte surgen nuevos contenidos relacionados con la necesidad de armonizar la legislación laboral de los países en aquellos aspectos directamente relacionados con la integración, como es el caso de las migraciones laborales, la certificación de competencias y la seguridad social. Por otro, muchos contenidos tradicionales deben ser reorientados, como ocurre con la negociación, la que ya no se limita al ámbito de la empresa o sector económico sino que se plantea también en un nivel nacional y no limitada al campo laboral (Diálogo Social), o con la progresiva transformación de la función de la inspección hacia un rol más pedagógico y menos policial. En términos generales, se enfrenta ahora el desafío de adaptar los contenidos de la Administración del Trabajo a una orientación de la política laboral más basada en la autorregulación por parte de los actores sociales y menos en la acción reguladora desarrollada por el Estado.
Este cambio en los contenidos de la Administración del Trabajo implica también un doble desafío para los Ministerios de Trabajo. Por un lado, existe la necesidad de introducir una serie de reformas para adaptar la acción relacionada con los ámbitos laborales tradicionalmente atendidos por los Ministerios, lo cual implicará redefinir sus formas de intervención, abandonar algunas funciones y asumir otras nuevas. Por otro, surge como demanda importante la atención a grupos laborales no incorporados a los sectores modernos, principalmente los informales y los desempleados. Esta dimensión adicional, además de necesaria, puede contribuir a legitimar socialmente la acción de los Ministerios de Trabajo y vincularlos a las políticas sociales del gobierno.
Esta doble prioridad requiere la modernización de los Ministerios. La misma se plantea en una triple dimensión. La primera se relaciona con los contenidos, ya que las prioridades señaladas en el párrafo anterior requieren privilegiar las nuevas formas de regulación y la adaptación de la normativa para facilitar la adaptación productiva, así como la promoción del diálogo social y de la fiscalización para garantizara que los acuerdos entre las partes se respeten. Al mismo tiempo, será necesario otorgar prioridad a las acciones dirigidas a la generación de empleo y a la protección de los grupos más vulnerables. Ello requerirá innovar en el diseño de políticas de promoción, introducir nuevos instrumentos y, en algunos casos, poner en marcha programas focalizados.
El segundo componente del desafío de modernización de los Ministerios es la necesidad de tecnificarse. Ello requiere recalificar al personal para enfrentar las nuevas tareas, equiparse adecuadamente, rediseñar y simplificar los procedimientos administrativos. Dada la insuficiente asignación presupuestaria que en general prevalece, se requieren recursos adicionales.
Los recursos humanos disponibles (en ocasiones los peor pagados del sector público) presentan un bajo nivel de calificación profesional y deben ser reentrenados para asumir las nuevas funciones. Es evidente que los "futuros" Ministerios de Trabajo requerirán personal quizás menos numeroso que en el pasado, pero con mayor nivel de calificación, con formación diferente para interactuar multidisciplinariamente y con acceso a sistemas de informatización. Se requiere, además, simplificar y rediseñar los procedimientos administrativos a los efectos de tornarlos más rápidos, transparentes y eficaces. Con ello se disminuirán los costos, tanto para el público como para el gobierno. La experiencia indica que procesos de modernización basados solamente en la recalificación de los funcionarios y en la adquisición de nuevos equipos, no resultan exitosos en la medida que se mantengan procedimientos administrativos obsoletos.
Por último, una tercera dimensión del desafío de modernización de los Ministerios se refiere a su posicionamiento político administrativo, tanto en relación a la sociedad como al interior del gobierno.
Frente a Ministerios que, en muchos casos, se sitúan al margen de la acción del gabinete económico (lo que permite mantenerse discretamente alejado de la política económica y conservar una cierta -pero no muy eficaz- capacidad de diálogo con los sectores opositores a dicha política), los nuevos Ministerios de Trabajo deberán integrarse más estrechamente con el conjunto de la acción gubernamental y, en muchos casos, reapropiarse de la política laboral. Esto implicará una relación diferente con los sectores discrepantes con las políticas pero resultará en una mayor influencia y eficacia política por parte del Ministerio de Trabajo, tanto en relación a los interlocutores sociales como al resto del gobierno. Por un lado, su capacidad de interlocución con los sectores gremiales se legitima y, por otro, su contribución en la formulación de la política económica del gobierno se tornará más activa.
IV. La Agenda Laboral en la post reforma
Una adecuada respuesta a estos desafíos, a efectos de buscar restablecer un cierto grado de estabilidad y protección laboral así como una mayor equidad e inclusión social, sin sacrificar la necesaria adaptabilidad para competir, conduce a una actualización de la Agenda Laboral para la región. En ella, adquieren mayor relevancia que en el pasado los temas relativos al desarrollo humano como fuente de crecimiento y de aumento de la productividad, la reducción de la inestabilidad laboral y la ampliación de la protección social. Lo anterior debe producirse en un marco más abierto en lo económico y más democrático en lo político. Ello, a su vez, requiere la modernización de la Administración del Trabajo y los Ministerios del sector.
1. Fortalecer la democracia en economías abiertas
a) Los aspectos laborales de la globalización e integración regional
i. El respeto de los derechos fundamentales de los trabajadores
Aun cuando la globalización es un factor de crecimiento económico y el crecimiento es un pre-requisito para el progreso social, ello no es suficiente para garantizar dicho progreso. Debe acompañarse por un conjunto de reglas básicas basadas en valores compartidos que permitan a aquellos involucrados reclamar una participación adecuada en la riqueza que ellos contribuyeron a generar
4 .La modernización de las relaciones individuales y colectivas de trabajo y, en general, los cambios en la política laboral, cualquiera sea su signo, encuentran un límite en la necesidad de respetar los derechos fundamentales contenidos en los convenios internacionales del Trabajo de la OIT; y más específicamente, el referido a la libertad sindical (C. 87) y la negociación colectiva (C. 98), a la prohibición del trabajo forzoso (Cs. 29 y 105), a la no discriminación en materia de empleo y ocupación (Cs. 100 y 111) y a la erradicación del trabajo infantil (C. 138). En relación a este último, la Conferencia Internacional del Trabajo celebrada en Junio de 1998 en Ginebra examinó una primera propuesta de un futuro Convenio y Recomendación para la eliminación de las formas más extremas de trabajo infantil, el que se espera sea aprobado en la Conferencia de 1999.
Estos derechos no pueden estar reservados a un sector de la sociedad. Ellos otorgan carta de ciudadanía plena a todos los trabajadores independientemente del país o sector en el que laboran. Es responsabilidad indelegable del Estado asegurar el respeto a estos principios fundamentales, pues ellos son condición para lograr un desarrollo económico socialmente aceptable. El respeto a los derechos fundamentales de los trabajadores es el gran compromiso social asumido por los estados en el presente siglo. Este ha sido y hoy más que nunca deberá constituir el punto medular de la política laboral
5 . Ello permitirá reconciliar el deseo de estimular los esfuerzos nacionales para asegurar que el progreso social acompañe al progreso económico con la necesidad de respetar la diversidad de circunstancias, posibilidades y preferencias de cada país.La Cumbre Mundial de Desarrollo Social, celebrada en Copenhague en 1995, reconoce estos principios e incluye en su Plan de Acción el compromiso de respetar los derechos fundamentales de los trabajadores. A su vez, la Conferencia de la OMC de Singapur en 1996, junto con reafirmar dicho compromiso, recuerda que la OIT es el organismo competente en esta materia y reafirma el apoyo a su labor de promoción.
La OIT, por su parte, continuará con la campaña de ratificación y efectiva aplicación de estos convenios básicos y dando seguimiento adecuado a la Declaración de la OIT relativa a los "Principios y Derechos Fundamentales en el Trabajo y su Seguimiento". La misma constituye una renovación con el compromiso de avanzar en el cumplimiento de los principios relativos a los derechos fundamentales de los trabajadores que se incluyan en los Convenios fundamentales de la OIT, aun en los países que no los hayan ratificado. Dicha Declaración posee un carácter promocional y cuenta con el pleno respaldo de la OIT para cooperar con los Estados Miembros en la eliminación de los obstáculos que puedan existir para el logro de sus objetivos.
ii. La fiscalización a nivel nacional
El compromiso con la ratificación de los convenios internacionales de la OIT relativos a los derechos fundamentales de los trabajadores supone la existencia de mecanismos de seguimiento de la adecuada aplicación de los mismos. Es lo que han hecho los constituyentes de la OIT durante la Conferencia Internacional del trabajo del presente año, al incluir en la Declaración relativa a los principios y derechos fundamentales en el trabajo un mecanismo de "seguimiento promocional". Es también lo que se está iniciando en el MERCOSUR mediante la discusión en el ámbito del Subgrupo 10 sobre la posible creación de un Organo de supervisión y seguimiento de un futuro instrumento sobre los derechos individuales y colectivos de los trabajadores y empleadores.
Sin embargo, estos mecanismos de seguimiento promocional en modo alguno pueden sustituir o competir con los procedimientos nacionales de fiscalización de una correcta aplicación de la normativa laboral. Por el contrario, los mecanismos supranacionales difícilmente serán útiles si los mecanismos y procedimientos nacionales no son eficaces.
Sobre esto último –la eficacia de la fiscalización nacional- existe en prácticamente todos los países una clara conciencia de que, sin abandonar las facultades sancionadoras, deben evolucionar hacia una metodología más pedagógica y preventiva que contribuyan a cambiar los comportamientos.
iii. La armonización de la legislación laboral en el marco de la integración económica
Las culturas institucionales y las condiciones tecnológicas, económicas y sociales de los países son a menudo diferentes y heterogéneas, a la vez que las decisiones respecto de la evolución, naturaleza y efectos de las legislaciones en cada uno de ellos normalmente son el resultado de procesos locales, ajustados al estado de desarrollo de cada situación nacional, a fin de asegurar estabilidad para tales cambios. Lo anterior no obsta, para que, en el marco del proceso de integración a una economía global, los países concuerden en armonizar progresivamente las legislaciones nacionales sobre aquellas obligaciones laborales cuyo cumplimiento o incumplimiento puede incidir sobre la mayor o menor competitividad de las empresas o sobre la libre circulación de los trabajadores en el caso de los procesos de integración que contemplen tal posibilidad. En particular, estos aspectos se refieren a:
- Condiciones de seguridad y salud en el trabajo
- seguridad social (nivel de las cotizaciones en los diferentes países, pago de pensiones en un país diferente a aquel en el que se cotizó, doble pensión en el caso de haber cotizado en dos países, etc.).
- migraciones laborales en aquellos casos en los que los acuerdos de integración consideren la libre circulación de los trabajadores.
- equivalencias en calificaciones para los trabajadores migrantes.
b) La renovación del diálogo en sociedades democráticas
El retorno a la democracia como sistema político prevaleciente en la región a partir de finales de la pasada década, abre nuevas posibilidades para el diálogo social, tanto en cuanto a objetivo como por constituir un instrumento para procesar pacíficamente las diferencias y conflictos, y contribuir así a consolidar la democracia.
Es importante destacar que el diálogo social no debe confundirse con diálogo político. Existe bastante cercanía entre ambos, pero constituyen dos ámbitos diferentes. Ello no significa que el diálogo social no se relaciona con el diálogo político o que no pueda contribuir al diálogo político como de hecho ocurrió, por ejemplo, en la transición en Chile o para sentar la pauta de que los conflictos se pueden resolver de manera no confrontacional. Con ello se establece un estilo y se profundizan los principios democráticos, pero sin reemplazar a los órganos que tienen la responsabilidad principal de dirimir los conflictos políticos.
Hay nuevos interrogantes acerca de cuáles son los espacios de diálogo más adecuados, o bien, cuáles son los espacios renovados, porque los espacios ya existían. El análisis de la realidad de la región señala que los niveles extremos adquieren hoy mayor jerarquía que en el pasado. Primero, el diálogo social a nivel nacional está resurgiendo en muchos países y, segundo, está emergiendo con mucha fuerza el diálogo a nivel de la empresa. El nivel nacional es importante porque es donde se puede procesar el nuevo acuerdo y permite a los actores sociales transmitir al resto de la sociedad su adhesión con los principios básicos, con los objetivos y con las reglas de juego. Hay experiencias recientes relativamente exitosas de diálogo a este nivel. México, Chile y Colombia son países donde el diálogo social se ha llevado en una primera instancia a nivel nacional, sirviendo para generar ciertos consensos que, aunque corporativos, han influenciado al campo político.
El segundo nivel que emerge es el diálogo en las empresas. Es allí donde se están produciendo las grandes transformaciones productivas y donde aparecen nuevas oportunidades de diálogo más constructivas y menos antagónicas que en el pasado. La empresa está pasando a ser un espacio de colaboración más que de confrontación, tanto por la voluntad de los partícipes sociales, como porque así se requiere en las nuevas formas de organización. El trabajo en equipo, la mayor creatividad y responsabilidad y el autocontrol de los trabajadores son necesarios para aumentar la productividad. Ello requiere, a su vez, de la cooperación de los sindicatos y de remuneraciones adecuadas que motiven a asumir esa mayor responsabilidad. La negociación colectiva en muchos países está incorporando progresivamente los temas de productividad y otros que van más allá de la reivindicación salarial, los que pueden ser examinados en una mejor perspectiva dentro de la propia empresa. De lo que se trata es, fundamentalmente, es de democratizar las relaciones laborales al interior de la empresa mediante la mayor autorregulación posible de las mismas.
Sin embargo, el diálogo y la negociación a nivel de empresa no excluye la negociación colectiva al nivel de rama. De hecho, las tendencias más recientes que se observan en América Latina muestran que la negociación colectiva se efectúa en la mayoría de los países al nivel de empresa, pero que mantiene una estrecha articulación con las negociaciones por rama. Ello permite conciliar la búsqueda de una mayor eficacia económica de la negociación sin afectar la capacidad de negociación de los sindicatos.
En todos estos niveles de diálogo se requieren condiciones básicas que permitan negociaciones equilibradas lo que, a su vez, supone, como ya se señaló, un nivel mínimo de garantías democráticas, las que, en materia laboral, se expresan en el respeto a los derechos fundamentales de los trabajadores recogidos en los convenios relevantes de la OIT.
2. El desarrollo humano y las relaciones laborales como fuentes de crecimiento y productividad
a) Estrategias de productividad y relaciones laborales
Durante el período de transición de economías protegidas a economías más abiertas los aumentos de productividad se han sustentado principalmente en reducciones del nivel de empleo y del costo laboral. Sin embargo, el aumento de la productividad en el largo plazo debe basarse en la innovación tecnológica y en la modernización de la organización de la producción y el trabajo. Esto último tiene implicaciones importantes para la política laboral, y más específicamente, para las relaciones de trabajo y el desarrollo humano.
En materia de relaciones de trabajo, dos son los campos en los que se deberían concentrar los esfuerzos. En primer lugar, las relaciones individuales de trabajo, las que en los últimos años se han caracterizado por un progresivo aumento de la precariedad y de la desprotección. Como han mostrado estudios recientes de la OIT, en un grupo de países de la región ha aumentado la proporción de trabajadores con contrato temporal y la de asalariados sin contrato. En este marco, preocupan no sólo los efectos que esto tiene sobre las condiciones de seguridad y desarrollo personal y familiar del trabajador, sino también el efecto sobre el desarrollo del potencial de productividad de estos trabajadores, más aún en condiciones en las que las posibilidades de participación en programas y actividades de capacitación y recalificación laboral son limitadas.
Las medidas adoptadas por algunos países para superar progresivamente esta situación merecen ser examinadas con detenimiento, pues ellas ofrecen soluciones que podrían adaptarse a la realidad de los diferentes países de la región. Estas medidas consisten básicamente, en una reducción de las modalidades de contratación temporal e incentivos al empleo estable mediante la reducción de los costos de los contratos de más largo plazo, en el mantenimiento de causales de despido por causas económicas y el desarrollo de seguros de desempleo combinados con programas de capacitación para los que reciben la prestación otorgada por el seguro; programas que facilitan la empleabilidad de los trabajadores y que, en la medida en que resultan obligatorios en tanto se recibe la prestación del seguro, desalientan el desempleo de larga duración. El financiamiento del seguro debería evitar recurrir a aumento de los costos laborales no salariales, por lo que sería recomendable reestructurar las cargas laborales ya existentes.
A su vez, la inestabilidad laboral no contribuye a aumentar la inversión en capacitación. Ello ocurre tanto para el trabajador que no recibe los incentivos para dedicar un mayor esfuerzo para aprender, como para el empresario que no puede visualizar el retorno de su inversión a más largo plazo. Los efectos sobre la productividad de la progresiva reducción de la precariedad laboral son evidentes, como se observa en el caso de los países en los que se ha adoptado esta política. Un trabajador con menos incertidumbre respecto a su futuro y mejor calificado, adoptará una actitud de mayor compromiso con las metas programadas por la empresa.
El segundo campo en el que es preciso actuar para aumentar la productividad es el de las relaciones colectivas de trabajo, y más específicamente el de la negociación colectiva. A diferencia de la visión existente en el pasado de la negociación colectiva focalizada como un medio para evitar la sobre explotación de los trabajadores y para lograr la paz laboral que la empresa requiere para operar normalmente, la negociación colectiva debe ser vista hoy, y así ocurre crecientemente en empresas y sectores, como un compromiso conjunto entre trabajadores y empresarios para aplicar estrategias que conduzcan a aumentar la productividad y a una equitativa distribución de los beneficios que genere ese aumento.
Una de estas estrategias podría ser la vinculación entre salarios y productividad, de tal manera que, fijando un piso salarial que resulta determinado por "el nivel salarial" hasta entonces vigente, todo aumento de salario durante el periodo convenido esté relacionado con los aumentos de productividad que se obtengan, medidos estos de acuerdo a fórmulas convenidas entre las partes.
Los beneficios que en materia de productividad tiene la paz laboral resultante de la negociación colectiva también son evidentes, especialmente en aquellos casos en los que se negocia y se acuerdan estrategias de participación de los trabajadores en las decisiones relativas al proceso productivo, así como a sistemas de incentivos vinculados a aumentos de la productividad.
b) Políticas económicas para el empleo
Uno de los más importantes consensos existentes en la región en materia laboral es que es necesario que las economías crezcan de manera sostenida a tasas anuales no inferiores al 5% si se quiere enfrentar adecuadamente el problema del empleo.
Con un crecimiento de la oferta laboral de la región ligeramente superior al 3% anual, se requiere que la demanda de empleos aumente en un porcentaje similar aunque sólo sea para no agravar el problema de desempleo existente y a una tasa superior si se quiere reducir el desempleo y mejorar la calidad de muchos de los empleos existentes. Pero, dada la elasticidad empleo-producto observada en los últimos años, estos aumentos de la demanda de trabajo sólo son posibles con un crecimiento sostenido de la economía de, cuando menos, el 5% anual.
Para lograr un crecimiento económico de este orden y de manera sostenida se requiere fundamentalmente alcanzar niveles de inversión equivalentes al 30% del producto, lo que, a su vez, demanda aumentar el ahorro tanto interno como externo, pero especialmente el interno, dada la alta volatilidad de los capitales externos de corto plazo. El aumento del ahorro debiera fundamentarse principalmente en tres pilares: el mayor ahorro del sector público, el aumento del ahorro institucional como es el caso de los fondos de pensiones en algunos países y el mayor ahorro de las empresas.
Como se señaló anteriormente, el aumento de las tasas de ahorro e inversión no es independiente de la gradual eliminación de la actual restricción externa, lo que implica, allí donde la historia inflacionaria del país lo permite, una mayor flexibilidad de las políticas cambiarias.
Sin embargo, el crecimiento económico a una tasa como la señalada, así como la sostenibilidad en el tiempo de dicho crecimiento, es condición necesaria pero no suficiente para enfrentar el actual problema del empleo. Ello es así porque los efectos sobre el empleo de crecimientos de la economía del orden del 5% o 6% anual no son los mismos en países en los que la producción de bienes de capital y bienes finales, muy demandante de empleo, tiene un peso importante en la estructura productiva, que en países en los que el mayor peso le corresponde a sectores primarios como la minería y la pesca, poco demandantes de empleo.
Esta evidencia, fácilmente constatable al comparar las tasas de crecimiento económico y de generación de empleo de los diferentes países de la región en los últimos ocho años, lleva a plantear el tema de las políticas sectoriales de crecimiento económico.
Hay un fuerte rechazo en muchos sectores, especialmente en los Gobiernos, a la aplicación de políticas sectoriales, ya que ellas remiten al recuerdo de las viejas políticas de protección mediante altos aranceles y tipos de cambio diferenciados, que si bien permitieron generar gran parte del entramado industrial actualmente existente, acabaron generando competitividades espúreas que no fue posible mantener con el paso del tiempo, dado los desequilibrios internos y externos generados por este tipo de políticas. Evidentemente, en circunstancias como las actuales en las que se utiliza el tipo de cambio como pilar fundamental de la política de estabilización de precios y en las que se han bajado los aranceles y se ha reducido su dispersión como medio para estabilizar los precios y obligar a un mayor esfuerzo de los productores nacionales para elevar la competitividad, políticas de protección sectorial como la aplicadas en el pasado no son posibles.
Sin embargo, ello no excluye la aplicación de políticas de apoyo crediticio a algunos sectores, de incentivos tributarios a la reinversión de utilidades de las empresas en esos sectores, de promoción de las exportaciones sectoriales y de apoyo a las estrategias aplicadas para elevar la productividad en los mismos.
Adicionalmente a los efectos de las políticas macroeconómicas y sectoriales sobre el empleo, en la mayor parte de los países de la región, sino en todos, se hace necesaria una intervención directa del estado para generar empleo que beneficie a los grupos de la población más vulnerables dadas las restricciones que enfrentan para conseguir un empleo. Se trata de los jóvenes con bajo nivel educativo, los jefes y jefas de familias en condiciones de extrema pobreza y a las poblaciones indígenas. Pese a que la región ha hecho y continúa haciendo un gran esfuerzo en materia de políticas activas de empleo (1% del PIB en 1995 en una muestra de siete países de la región), aún se está lejos del esfuerzo realizado por los países desarrollados.
Por otra parte, cobra una importancia cada vez mayor la promoción de los «sistemas productivos locales» (Espina, 1996). Se trata con ello de enfrentar el desafío de aprovechar mejor las ventajas comparativas que ofrecen determinada zonas y/o localidades y de superar los problemas estructurales que existirían en ese nivel y que explicarían la desigualdad existente respecto del problema del desempleo entre las diferentes zonas de un país. En el caso de América Latina, la mayor relevancia de lo local o regional se presenta también como una vía para la progresiva superación de la informalidad económica.
c) Desarrollo humano y capacitación
El desarrollo humano y las calificaciones han mostrado su importancia creciente como factor que contribuye tanto al mayor crecimiento como a la menor desigualdad. Ello se observa tanto entre países cuanto al interior de los mismos, entre distintos grupos sociales. Los países más exitosos y con menor desigualdad son los que más han invertido en desarrollar a su población. Los grupos sociales excluidos del progreso son, a su vez, aquellos que no han tenido acceso a las oportunidades de desarrollo humano.
i. Heterogeneidad productiva y demandas por calificación
El desafío de lograr una mejor vinculación entre capacitación y mercado de trabajo no se puede plantear al margen de la heterogeneidad de la estructura productiva y empresarial, ya que es ella la que determina las nuevas demandas de capacitación y calificación laboral.
Así, el desarrollo de nuevos sistemas de producción y de organización del trabajo en empresas con tecnología avanzada y alta productividad hace que las calificaciones exigidas a los trabajadores también se modifiquen respecto al patrón tradicional. De un tipo de trabajador especializado en realizar repetitivamente tareas muy específicas y autónomas de las demás tareas realizadas por el resto de trabajadores que intervenían en el proceso, se pasa ahora a un trabajador especializado en el manejo u operación del sistema completo o de una parte de él, lo que requiere una capacidad comprensiva del mismo; es decir, una capacidad de entender la lógica del sistema y de operar a su interior.
Por el contrario, las empresas con rezago tecnológico y alta productividad (especialmente de servicios y de producción de bienes de capital) no requieren variar sus productos, al menos con la rapidez que se requiere en las empresas que atienden una demanda final que se modifica fácilmente, por lo que necesitan un tipo de trabajador que tenga un buen nivel de calificación para la realización de aquella tarea en la que está especializado, pero sin que sea necesario que domine la ejecución de todas y cada una de las tareas que comprenden el proceso, sino sólo aquella que está bajo su responsabilidad.
En cuanto a la demanda de capacitación y calificación por parte de las pequeñas empresas y de las microempresas con tecnología y productividad intermedia, especialmente las que prestan servicios subcontratados por las medianas y grandes firmas, la misma está caracterizada por una doble necesidad. En primer lugar, la calificación requerida para realizar eficazmente la tarea o tareas productivas en las que el trabajador se ha especializado. Si bien el nivel de calificación dependerá en mucho de la tecnología utilizada en la empresa, es evidente que la demanda apunta además a un nivel de calificación en el que el trabajador esté preparado para realizar eficientemente esas mismas tareas utilizando tecnologías más avanzadas. En segundo lugar, este tipo de empresas requiere también que los empresarios/trabajadores sean calificados en métodos de gestión y desarrollo empresarial, por cuanto en muchas ocasiones son estas las áreas en las que se presentan las carencias más críticas.
Ahora bien, al igual que en el caso de los trabajadores altamente especializados en las empresas modernas que introducen sistemas de organización flexible, los trabajadores de la pequeña empresa tradicional y de la microempresa informal requieren conocimientos básicos y una capacidad de razonamiento lógico que sólo la educación básica puede dar. No se debería esperar que la capacitación especializada y la formación técnica durante la edad activa llegue a compensar las carencias educativas adquiridas durante la infancia. Un trabajador con estas carencias puede llegar a ser, si se capacita, un buen trabajador, pero difícilmente un trabajador competitivo.
Por otra parte, si bien no se debe descartar la posibilidad y la conveniencia de que los trabajadores ocupados en unidades de producción y servicios con atraso tecnológico y baja productividad puedan llegar a ocuparse en el sector formal, es evidente que la limitada demanda de empleo proveniente de un sector en pleno proceso de transformación, limita seriamente esta opción, al menos en el corto y mediano plazo. El objetivo, entonces, sería elevar el nivel de calificación de los trabajadores de estas unidades a los efectos de elevar su productividad e ingreso. Ahora bien, aun cuando se realicen esfuerzos para elevar el nivel de su calificación técnica y empresarial, no se debe olvidar que existe una alta asociación entre este tipo de informalidad y la pobreza, y que estos trabajadores constituyen, junto con los campesinos de agricultura de subsistencia, el sector social con más bajo nivel educativo en todos los países de la región. En estas condiciones, asegurar a los jóvenes provenientes de familias pobres y que se ocupan en actividades informales, una educación básica de calidad será condición necesaria para el posterior desarrollo de habilidades profesionales y calificaciones laborales que les permitan generar u ocupar un empleo de más alta productividad e ingreso.
ii. Reconversión y reinserción laboral
La privatización de empresas públicas y la reducción de empleo en las empresas que automatizan parte del proceso de producción ha traído consigo un aumento del contingente de desempleados, muchos de ellos de mediana y alta calificación y con edades que superan los 45 ó 50 años. La reinserción laboral de estos trabajadores, tanto públicos como privados, demanda un esfuerzo de recalificación de dimensiones muy superiores a las conocidas tradicionalmente.
La reinserción laboral de los trabajadores afectados por la privatización de empresas públicas y por la reestructuración de empresas privadas exige una reconversión de sus calificaciones laborales, tendiente bien a habilitarlos para un nuevo empleo bien a prepararlos para el inicio de su propio negocio. En este sentido, la demanda de capacitación de estos trabajadores podría ser atendida por los sistemas tradicionales de capacitación basados en la oferta de servicios de formación en oficios predeterminados.
En cuanto a la demanda de calificación para mejorar la capacidad productiva de los trabajadores con contratos precarios, no se trata, como en el caso de los trabajadores afectados por la privatización de empresas públicas y la reestructuración de las empresas privadas, de prepararlos para ejercer otra actividad, sino más bien de mejorar la calificación laboral que actualmente tienen, de manera que estén en condiciones de encontrar un nuevo empleo cuando concluya su actual relación laboral. En este caso, el problema que debe ser solucionado de manera urgente no es tanto la calificación del trabajador sino más bien la desprotección en la que queda durante el tiempo en el que no tiene empleo.
iii. La renovación del sistema de formación
La heterogénea demanda de calificación, determinada por la propia heterogeneidad de la estructura productiva, obliga a diversificar y adaptar las fuentes de calificación y formación profesional.
En este marco, son cuatro las principales fuentes de formación y calificación laboral necesarias para responder adecuadamente a las exigencias que plantea una demanda tan diversificada como la planteada: las propias empresas, las instituciones privadas de formación a nivel sectorial, los programas especiales con financiamiento público y ejecución pública y/o privada y el sistema educativo general.
En consecuencia, se requiere avanzar en una profunda reforma institucional para posibilitar la diversificación de las fuentes de calificación y formación, así como la especialización de las mismas en la atención de aquellas demandas que más se adecuan a las características y potencialidades de cada fuente. Esto significa que, en términos generales, la calificación de los trabajadores en las empresas de alta productividad debería ser progresivamente asumida por las propias empresas o por las instituciones privadas de carácter sectorial y que la calificación de los trabajadores en unidades productivas de productividad intermedia o baja debería ser asumida por las instituciones públicas especializadas, bien directamente bien a través de empresas privadas subcontratadas. Es a estas instituciones públicas (Ministerios de Trabajo o de Educación o Institutos de Formación Profesional) a las que les cabría, además, la responsabilidad de diseñar y dirigir la política nacional de capacitación y formación.
3. Reducir la inestabilidad laboral y asegurar los niveles mínimos de protección social
a) Reducción de la precariedad laboral de los asalariados
Es necesario evitar que la temporalidad de los contratos conlleve indefectiblemente a una mayor precarización. Sin duda, la mayor difusión de estos contratos contribuye a flexibilizar el mercado de trabajo y ello no ha estado en todos los casos acompañado, al menos en la ley, por disminución de las obligaciones laborales por parte de los empleadores. Los problemas actuales se relacionan con el uso demasiado amplio del contrato temporal, con la pérdida de capacidad de negociación de los trabajadores y con la mayor dificultad en la fiscalización del cumplimiento de las obligaciones legales.
Se observan ya algunas tendencias de cambio que debidamente incorporadas pueden contribuir a disminuir el efecto de la temporalidad de los contratos sobre la precarización. La primera se refiere a limitar el tipo de contratos temporales y su ámbito de aplicación, tanto por ley como, en algunos casos, por determinación en la negociación colectiva. Esta limitación ha estado acompañada por disminuciones de costos en los contratos por tiempo indeterminado, especialmente en relación a la indemnización por despido. Una segunda tendencia es la de incorporar estos temas en el ámbito de la negociación colectiva, lo que puede inducir el doble efecto de limitar la erosión de la capacidad de negociación de los trabajadores permanentes y de influenciar en el ámbito de aplicación de los contratos temporales. Por último, existe una tendencia creciente, especialmente en el caso de la subcontratación de trabajadores, de asegurar una mayor responsabilidad por el cumplimiento de las obligaciones laborales, sea mediante la constitución de garantías por parte del subcontratista o constituyendo responsabilidades compartidas entre subcontratante y subcontratista. Ello ampliaría las posibilidades de focalización y evitaría desnaturalizar la intención del legislador; esto es, dotar de mayor flexibilidad pero no a costa de una mayor desprotección de los trabajadores y precarización de las relaciones laborales.
Las dos primeras tendencias se reflejan en la reciente Ley aprobada en Argentina, así como con anterioridad en el acuerdo interconfederal para la estabilidad en el empleo firmado por empleadores y sindicatos españoles en abril de 1997. Estas dos reformas pueden, respetando las particularidades de cada país, resultar paradigmáticas para reducir la precariedad laboral sin limitar la capacidad de las empresas de adaptarse a los cambios en el mercado.
b) Incorporación de los informales al proceso de modernización
Más de la mitad de los ocupados en las ciudades latinoamericanas sólo posee una ocupación de informal, lo que significa bajos ingresos, inestabilidad, carencia de protección y una limitada perspectiva de progreso laboral futura. Esto es, en última instancia, lo que determina la importancia asignada por la gente al empleo como problema fundamental en la región. Más aún, hay una creciente conciencia de que la expectativa que se tenía hace unas décadas de que la informalidad era un fenómeno transitorio que desaparecería cuando se fueran generando mejores puestos de trabajo en las grandes empresas o en el gobierno, está lejos de la realidad. Ochenta y cinco de cada cien nuevos empleos que se crearon en los últimos diecisiete años son informales (OIT, 1997).
Sobre la importancia del tema no se requieren mayores elaboraciones, pues ya ha sido plenamente aceptado y, en particular, por los responsables de las políticas. En esencia, el desafío consiste en cómo facilitar el camino para que los informales se integren a la institucionalidad vigente. En el pasado, las estrategias seguidas han fluctuado entre la persecución, asumiendo que los informales son los "violadores del sistema", o la tolerancia, resignándose a aceptar su contribución a aliviar la pobreza o simplemente por reconocimiento de que no puede ofrecerse una mejor alternativa a los millones de personas que se concentran en estas actividades. Sobre este tema debe plantearse como objetivo la integración plena de los trabajadores informales porque es la manera de asegurar que tengan oportunidad de transitar por la misma vía que el resto de los ciudadanos y de ir acortando las distancias que los separan acorde con sus posibilidades. En la actualidad, las políticas se inspiran en parte en este mismo propósito, pero están orientadas fundamentalmente a apoyar a la informalidad como política social de alivio a la pobreza. Aun siendo exitosas, éstas no resuelven el problema de largo plazo y confunden tanto a las instituciones públicas y privadas que ejecutan la política, como a los que deben beneficiarse de las mismas.
Debe señalarse que no debe confundirse la informalidad con la ilegalidad derivada en el campo laboral del uso de trabajadores sin contrato. Ello debe ser motivo de fiscalización y sanción cuando viola las leyes vigentes y, particularmente, cuando se registra en empresas de mayor tamaño. Sólo en las microempresas el trabajo no declarado y la informalidad se asocian estrechamente.
La pregunta es cómo incorporar el sector informal al proceso de modernización
6 . Una primera cuestión de carácter general es si la institucionalidad a incorporarse debe ser la misma que para el resto de los ciudadanos; es decir, única o se requiere crear institucionalidades paralelas que se acomoden a las características y posibilidades de los informales. La preferencia que emerge es por no crear sistemas paralelos particularmente en el ámbito laboral, pues ello significaría aceptar por ley que las personas tendrán tratamiento diferenciado según donde laboren y ello resulta inaceptable, particularmente en lo referente a los derechos básicos de los trabajadores. No debería tolerarse, por ejemplo, que se use trabajo esclavo, o trabajo infantil, o que se discrimine, o que se coarte la posibilidad de asociarse o negociar, independientemente del tipo de empresa de que se trate. Por el contrario, puede reconocerse que el progreso en el cumplimiento de otras normativas se asocia al desarrollo de la empresa y su tolerancia vigilada permitiría adecuar paulatinamente la realidad a la legalidad. La preferencia por regímenes únicos en lo laboral es más general y aplicable por ejemplo al campo tributario, pero en éste puede reconocerse, como de hecho se hace en varios países, un tratamiento diferente para las microempresas por la vía de regímenes simplificados o tasas diferenciadas (OIT, 1997e).Una segunda cuestión que puede facilitar la incorporación de los informales es la reducción de los costos de la legalidad derivados de las reformas laborales introducidas en varios países y de la simplificación de los trámites burocráticos, sólo adoptada en algunos. Ambas reducen el costo laboral y procesal para todos y deberían representar una reducción en las barreras de acceso.
Una tercera vía menos utilizada es la adecuación de los mecanismos de acceso a los distintos ámbitos de la legalidad y, especialmente, la adopción de una aproximación diferente en cuanto al objetivo de inclusión de los informales. Específicamente se trataría, por ejemplo, en el ámbito tributario, que en la actualidad no incluye a la mayoría de las actividades informales, de lograr la inscripción como contribuyente y no tanto la reducción de la evasión. Esta última ha probado no sólo ser difícil, sino también muy costosa. Según el estudio disponible para el Perú, por cada sol adicional que se logra recaudar deben gastarse 75 centavos adicionales en costos administrativos. La reducción de la evasión podría de todas maneras alcanzarse en la medida que el hecho de ser registrado como contribuyente deriva en la introducción de registros contables, que por simples que sean (un mero cuaderno serviría), constituyen un requisito indispensable para hacer negocios y determinar costos y ganancias. Ello permitiría expandir la capacidad de los informales de hacer negocios.
Lo mismo ocurre en el campo laboral, donde en la actualidad el 90 por ciento de los contratos en microempresas son verbales, mientras que las leyes adoptadas para promover el empleo requieren contratos escritos y registrados para acogerse a los contratos de menor costo. Bastaría, en este caso, adecuar los requerimientos y aceptar como prueba suficiente de relación laboral la presentación de la planilla de pagos, de recibos, o simplemente de testigos que avalen la existencia de la relación contractual. Con ello se abre para el trabajador la posibilidad de ser sujeto de protección laboral, pero tan importante como ello, se formaliza la relación laboral, lo que induce al empresario informal a introducir el cálculo económico, pues no podría basar la supervivencia de su negocio en la existencia de trabajadores desprotegidos o sujetos a todo tipo de ajustes arbitrarios.
La estrategia que se propone es comenzar por aliviar el costo tributario y laboral mediante la simplificación administrativa y la introducción de regímenes promocionales en el campo tributario, aunque no en el laboral, y generar la seguridad jurídica y patrimonial necesaria. Esta conjunción de reformas tendería a generar una serie de resultados positivos como la construcción de información financiera, la protección y el desarrollo de las relaciones laborales, la introducción de incentivos a la inversión y la disminución de los costos de la informalidad. Con ello se promueve el desarrollo empresarial y se facilita el acceso al crédito, requisitos estos para que las empresas informales puedan aumentar sus ingresos y se incorporen al sistema institucional vigente. Como resultado podrá disminuir la evasión y aumentar la protección.
Concluyendo, se trata de comenzar asegurando básicamente el ejercicio de los derechos económicos y laborales, pues sólo así se pueden crear las condiciones para que puedan cumplirse con las obligaciones. Ciudadano económico es aquel que puede ejercer sus derechos y cumplir con sus obligaciones. Al respecto, se propone asegurar los primeros más que comenzar, como es habitual, exigiendo el cumplimiento de los segundos. Los informales tendrán entonces una oportunidad de mejorar, pero además, serán ellos mismos los más interesados en integrarse al sistema vigente. Este es un requisito indispensable para que las políticas sean exitosas.
c) Redefinición y expansión de la protección social
La orientación tradicional de la protección laboral dirigida a proteger a los trabajadores debido a su posición desigual en el mercado de trabajo está cambiando. En la actualidad existe consenso en que la prioridad es proteger a los trabajadores más que a la ocupación y en particular durante el proceso de traslado entre ocupaciones, sea éste voluntario o forzoso, de forma tal que no resulten doblemente perjudicados por la pérdida de empleo y de protección. En este sentido, lo que se privilegia es la empleabilidad, definida como la capacidad de los trabajadores para adaptar sus calificaciones para las distintas ocupaciones que se presenten en el futuro sin perjudicarse en el cambio y manteniendo siempre un cierto nivel mínimo de protección.
Por otra parte, es muy posible que en el mundo del futuro los trabajadores tendrán más de un empleo en su vida laboral. En este contexto, la carencia de protección para el trabajador que debe trasladarse de una ocupación a otra implica que además de ser afectado por el desempleo será sancionado con la pérdida de los beneficios sociales. Hay por consiguiente una discusión emergente sobre la protección al desempleado y sobre la gestión del mercado de trabajo, para minimizar el costo que recae sobre aquellos que deban cambiar de ocupación.
La creación de mecanismos de Protección al Desempleado no deberá, sin embargo, resultar en nuevas cargas laborales que, al aumentar el costo del trabajo, podrían afectar la competitividad de las empresas. Se trataría más bien de financiar dichos mecanismos reestructurando las cargas laborales actualmente existentes.
Por otro lado, otra prioridad importante es la ampliación de la cobertura de seguridad social (salud y pensiones), especialmente a los sectores de menores ingresos dado que en América Latina sólo se benefician de los sistemas de pensiones, dependiendo del país del que se trate, entre un 25% y un 75% de los asalariados y entre un 15% y un 50% del total de ocupados.
En opinión de algunos sectores, la cobertura del sistema de seguridad social se ampliará en la medida en que se generen más y mejores empleos, y esto ocurrirá si se continúa con las actuales políticas macroeconómicas, pues son ellas las que permitirán aumentar la tasa de ahorro e inversión, condición necesaria para generar suficiente empleo de calidad. Sin embargo, otros sectores consideran que esto no es suficiente, pues dejar librada la ampliación de la cobertura de la seguridad social al comportamiento del empleo bien remunerado constituye una estrategia no sólo de muy largo plazo, sino además, de resultados inciertos.
De lo que no cabe duda es de la necesidad de ampliar la cobertura de la Seguridad Social (prestaciones de salud y pensiones). Sin embargo, en el corto plazo, la ampliación de la cobertura del actual sistema de Seguridad Social no será posible en tanto el sector informal no se formalice y genere su propia capacidad contributiva, ya que, aún reconociendo el objetivo de cobertura universal de la Seguridad Social, existen restricciones financieras que limitan la expansión sin poner en riesgo la viabilidad del sistema.
Es por ello que se requiere diseñar nuevas estrategias que ofrezcan otras soluciones, pero que no pierdan de vista una perspectiva sistémica. En algunos países se han comenzado a debatir propuestas que van desde el fortalecimiento de los servicios públicos de salud, hasta la constitución de administradoras de pensiones específicamente orientadas a los informales, pasando por el desarrollo de los propios mecanismos de protección autogenerados por organizaciones de la población no cubierta por la Seguridad Social. Es posible que alguna de estas estrategias se muestren como poco efectivas, sin embargo es evidente que aun así ellas son una muestra de la preocupación del Estado y la sociedad en este campo y de la necesidad de encontrar soluciones a este problema.
7 4. Modernización de la Administración Laboral y de los Ministerios de Trabajo
a) Las nuevas funciones
La puesta en práctica de la agenda antes presentada requiere una profunda reorientación de los contenidos de la Administración del Trabajo, así como la modernización de los Ministerios del sector. Esta última no debiera limitarse a una mera reorganización administrativa, sino que el rediseño institucional debería responder a las nuevas funciones que deben asumir como resultado de los cambios en la Administración del Trabajo. De manera sintética, las nuevas funciones de los Ministerios de Trabajo podrían ser las siguientes:
- Armonizar la legislación laboral nacional con la de aquellos otros países que participen en un mismo proceso de integración económica y social.
- En el marco de la mayor autonomía de los actores sociales, tipificar las condiciones mínimas que facultan y legitiman a los actores sociales como sujetos de negociación en cada ámbito concreto y promover procedimientos de negociación colectiva que garanticen a las partes condiciones de negociación equilibradas.
- Inspeccionar el cumplimiento de las normas laborales, redireccionando la metodología tradicional de inspección.
- Promover y asesorar el cumplimiento de la normativa laboral en el sector informal, facilitando además la simplificación de los procedimientos administrativos exigidos por dicha normativa.
- Efectuar el seguimiento del comportamiento del mercado de trabajo y proponer o adoptar las medidas que resulten pertinentes para generar empleo de calidad así como las políticas de compensación en beneficio de grupos vulnerables.
- Promover el diálogo social y el fortalecimiento de las organizaciones de los actores sociales, y, en ese marco, diseñar políticas nacionales de empleo, formación profesional y protección social a los grupos actualmente desprotegidos.
- Diseñar, normar y, de ser el caso, ejecutar las políticas destinadas a ampliar la cobertura de la protección social (incluido el seguro de desempleo, en los casos en los que exista o se cree) hacia aquellos grupos que, como los campesinos y los informales pobres, no gozan aún de la protección del sistema.
Adicionalmente a estas nuevas funciones, en muchos países cobra una importancia cada vez mayor la intervención del Ministerio en la regulación de las relaciones laborales en la administración pública, incluida (allí donde la legislación nacional lo permite) la negociación colectiva entre los empleados públicos y el Estado.
b) Hacia una estrategia de modernización institucional: nuevos contenidos, tecnificación y reposicionamiento político administrativo
La modernización del Ministerio de Trabajo requerida para asumir estas nuevas funciones se plantea en una triple dimensión. La primera se relaciona con los contenidos, ya que las prioridades señaladas anteriormente requieren privilegiar las nuevas formas de regulación y la adaptación de la normativa para facilitar la adaptación productiva, así como la promoción del diálogo social y de la fiscalización para garantizar que los acuerdos entre las partes se respeten. Al mismo tiempo, será necesario otorgar prioridad a las acciones dirigidas a la generación de empleo y a la protección de los grupos más vulnerables. Ello requerirá innovar en el diseño de políticas de promoción, introducir nuevos instrumentos y, en algunos casos, poner en marcha programas focalizados.
El segundo componente del proceso de modernización de los Ministerios es la necesidad de tecnificarse. Ello requiere recalificar al personal para enfrentar las nuevas tareas, equiparse adecuadamente, rediseñar y simplificar los procedimientos administrativos. Dada la insuficiente asignación presupuestaria que en general prevalece, se requieren recursos adicionales.
Los recursos humanos disponibles (en ocasiones los peor pagados del sector público) presentan un bajo nivel de calificación profesional y deben ser reentrenados para asumir las nuevas funciones. Es evidente que los «futuros» Ministerios de Trabajo requerirán personal quizás menos numeroso que en el pasado, pero con mayor nivel de calificación, con formación diferente para interactuar multidisciplinariamente y con acceso a sistemas de informatización. Se requiere, además, simplificar y rediseñar los procedimientos administrativos a los efectos de tornarlos más rápidos, transparentes y eficaces. Con ello se disminuirán los costos, tanto para el público como para el gobierno. La experiencia indica que procesos de modernización basados solamente en la recalificación de los funcionarios y en la adquisición de nuevos equipos, no resultan exitosos en la medida que se mantengan procedimientos administrativos obsoletos.
Por último, una tercera dimensión de la modernización de los Ministerios se refiere a su posicionamiento político administrativo, tanto en relación a la sociedad como al interior del gobierno.
Frente a Ministerios que, en muchos casos, se sitúan al margen de la acción del gabinete económico (lo que permite mantenerse discretamente alejado de la política económica y conservar una cierta -pero no muy eficaz- capacidad de diálogo con los sectores opositores a dicha política), los nuevos Ministerios de Trabajo deberían integrarse más estrechamente con el conjunto de la acción gubernamental y, en muchos casos, reapropiarse de la política laboral. Esto implicará una relación diferente con los sectores discrepantes con las políticas pero resultará en una mayor influencia y eficacia política por parte del Ministerio de Trabajo, tanto en relación a los interlocutores sociales como al resto del gobierno. Por un lado, su capacidad de interlocución con los sectores gremiales se legitima y, por otro, su contribución en la formulación de la política económica del gobierno se tornará más activa.
Asimismo, al asumir con mayor plenitud las funciones tendientes a incorporar a los grupos más vulnerables se abrirán nuevos espacios de colaboración en el contexto de las políticas sociales del gobierno y ampliará su legitimidad social al trascender su acción más allá de los sectores organizados.
Notas
1 J.M.Camargo, E. Amadeo, P.G. Melo Filho, R. Frenkel, M. González Posada, E. Hernández-Laos. Apertura económica, productividad y mercado de trabajo. OIT, Lima, 1998.
2 Por costo laboral se entiende el costo salarial más los costos laborales no salariales a cargo del empleador.
3 Prólogo del Director General de la OIT al texto de la "Declaración sobre Principios y Derechos Fundamentales en el Trabajo y su Seguimiento", Ginebra 1998.
4 Discurso del Director General de la OIT en la reunión tripartita sobre "los nuevos contenidos de la Administración Laboral y la modernización de los Ministerios de Trabajo", en San José, Costa Rica.- Mayo de 1997.
5 Al respecto, véase OIT/PNUD (1997).
6 Este tema se desarrolla en profundidad en el trabajo presentado a esta misma Conferencia "Administración Laboral y Modernización de los Ministerios de Trabajo en América Latina. OIT, 1998.
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