Desempleo e informalidad de las mujeres en América Latina y el Caribe: un reto clave para el futuro del trabajo

Un artículo del Director Regional de la OIT, José Manuel Salazar-Xirinachs

Artículo | 6 de marzo de 2017
La incorporación de las mujeres al mercado de trabajo de América Latina y el Caribe ha sido una tendencia constante y positiva durante las últimas décadas. Pero en 2017, en tiempos de aumento del desempleo y la informalidad, nuevamente surge la necesidad de insistir en la igualdad de género para generar más y mejores empleos para las 255 millones de mujeres en edad de trabajar que viven en esta región. 
 

Casi la mitad de esas mujeres, 126 millones, ya forman parte de la fuerza laboral, lo cual es un logro importantísimo alcanzado a lo largo de muchos años. Una vez más, sin embargo, es importante recalcar que no podemos bajar la guardia.

Durante el último año, cuando la marejada de crecimiento lento o en algunos casos de franca contracción económica que azota la región impactó de frente al mercado laboral, produciendo una abrupta alza del desempleo y también el deterioro de algunos indicadores de la calidad del empleo, fue evidente que la situación afectaba en mayor medida a las mujeres.

La tasa de desocupación promedio regional de las mujeres subió a niveles que no se veían desde hace más de una década en América Latina y el Caribe, a 9,8%, es decir al borde de los dos dígitos. Si se mantienen los pronósticos de falta de dinamismo económico este año la tasa promedio puede pasar del 10% en 2017.

Esa tasa de desocupación de las mujeres subió 1,6 puntos porcentuales, por encima de la variación de los hombres, que aumentó 1,3 puntos porcentuales. De los 5 millones de personas que se incorporaron a las filas de desempleo, 2,3 millones eran mujeres. Esto significa que hay unas 12 millones de mujeres que están buscando empleo en forma activa, pero no lo consiguen.  

La participación de las mujeres en la fuerza laboral continuó aumentando durante el último año. A nivel nacional (rural+urbano) la tasa de participación de las mujeres pasó de 49,3% a 49,7%. Esto es siempre una buena noticia. Pero aún así continúa muy por debajo de la de los hombres, que es de 74,6%. 

La contrapartida negativa fue que la tasa de ocupación de las mujeres, que mide el nivel de demanda de mano de obra, disminuyó de 45,2 a 44,9%. La de los hombres también experimentó una baja parecida, aunque es bastante más elevada en 69,3%. 

El último informe Panorama Laboral de América Latina y el Caribe de la OIT, también destacó que la menor actividad económica se ha reflejado en tendencias a la disminución del número de trabajadores asalariados, aumento de los empleados por cuenta propia, disminución en los salarios formales, que forman parte de las señales de un aumento en la informalidad. 

Las estimaciones más recientes disponibles sobre informalidad de las mujeres indican que casi la mitad de la fuerza laboral femenina está en estas condiciones, que habitualmente implican inestabilidad laboral, bajos ingresos, falta de protección y derechos. 

A lo largo de los últimos años se han identificado algunas características a tener en cuenta al analizar la participación laboral de las mujeres. Como por ejemplo que alrededor de 70% se desempeña en el sector de servicios y comercio, donde las condiciones precarias aparecen con facilidad, incluyendo la carencia de contratos..

Además unas 17 millones de mujeres realizan trabajo doméstico. Son más de 90% de las personas dedicadas a esta actividad. En esta ocupación los niveles de informalidad siguen siendo demasiado elevados, en torno a 70%. 

Esta descripción de las características de la inserción laboral de las mujeres en el mercado de trabajo no estaría completa sin hacer notar un aspecto muy destacable que surgió en un informe regional sobre “Trabajo Decente e igualdad de género” de varias agencias de Naciones Unidas presentado en 2013: en esta región 53,7% de las mujeres trabajadoras alcanza más de diez años de educación formal, en contraste con solo 40,4% por ciento de los hombres.

Por otra parte, 22,8 por ciento de las mujeres en la fuerza laboral cuenta con educación universitaria (completa e incompleta), por encima del 16,2 por ciento de los hombres.

Sin embargo, esto no impide que haya una brecha salarial importante. Un informe de la CEPAL advertía en 2016 que según los datos disponibles las mujeres recibían 83,9% de lo que ganaban los hombres en empleos similares. La brecha es más grande en el caso de niveles educativos mayores.

Todas estas estadísticas son un llamado a la acción.

Este tema ya forma parte de los objetivos de desarrollo sostenible trazados para todos los países en la Agenda 2030. En particular en el Objetivo #5: “Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas”, y es clave para el Objetivo #8 sobre crecimiento económico y trabajo decente. Para la OIT la igualdad de género es un objetivo transversal, que está presente en todas sus actividades.

Estamos frente a un desafío estructural que implica cambios económicos, sociales y como sabemos también culturales. Es necesario que tanto los gobiernos como los actores sociales mantengan como una prioridad esencial promover una mayor igualdad entre mujeres y hombres.

Hay que buscar fórmulas para mejorar la productividad de las mujeres impulsando su participación en sectores más dinámicos de productividad media y alta, y al mismo tiempo identificar las causas de la segregación.

Para continuar avanzando en la igualdad laboral es necesario recurrir a una combinación de acciones que tengan en mira la igualdad de género, incluyendo entre otras: políticas activas de empleo; redes de infraestructura de cuido y nuevas políticas para el cuidado de los niños y personas dependientes; estrategias para promover la división de responsabilidades familiares; mejoramiento de la formación profesional y la educación; promoción de las emprendedoras; aumento en la cobertura de la seguridad social; y una acción decidida para prevenir y combatir la violencia contra las mujeres, incluida la violencia en los lugares de trabajo. 

La igualdad en el empleo fue un desafío enfrentado en el pasado, continua vigente en el presente, y es uno de los retos más importantes para lograr un mejor futuro del trabajo en la región.